Posesión infernal

Crítica de Agustín Neifert - La Nueva Provincia

Una acumulación de barbaridades

Es la remake de Diabólico (The evil dead , 1981), la ópera prima de Sam Raimi, que los fans del "cine pesadilla" y de terror convirtieron en "película de culto".
Raimi escribió el guión de este nuevo esperpento fílmico y lo hizo con la colaboración de Rodo Sayagues Méndez y Diablo Cody. Y para dirigirlo, convocó al uruguayo Federico (Fede) Alvarez, cuyo único antecedente en el cine es un cortometraje de cinco minutos titulado ¡Ataque de pánico! , realizado mediante imágenes generadas por computadora.
El director y los guionistas practicaron una relectura de la historia original, optaron por un desarrollo más atemporal y apelaron a los efectos visuales para acentuar la violencia física.
Como en la versión original, cinco jóvenes deciden pasar unos días de vacaciones en una vieja cabaña situada en medio de un bosque. El propósito primario es lograr que uno de los personajes femeninos, de nombre Mia, abandone su adicción a las drogas.
El grupo se completa con David, el hermano mayor de Mia, Eric, Olivia y Natalie. David arrastra un complejo de culpa por haber abandonado la casa y a su madre enferma, cuya atención quedó en manos de su hermana, que entonces era una niña.
Apenas instalados, Eric descubre un libro titulado Natorum Demonto (El libro de los muertos ), que describe escenas demoníacas y advierte que pueden ocurrir nuevamente si se lee algunas de sus páginas. Pero a pesar de la advertencia, la curiosidad de Eric lo vence.
Y allí comienza la más sangrienta y espantosa historia de terror del cine de todos los tiempos, mucho más repulsiva que La masacre de Texas , que hace algunos años nos entregó el norteamericano Tobe Hooper. Quienes osaron ver aquel filme, podrán hacerse una idea de lo que es este engendro titulado Posesión infernal.
En lugar de articular y dosificar el suspenso a la manera clásica, el director procede por acumulación de barbaridades a cual más repugnante: disparos de clavos, escopetazos, mutilación de brazos, piernas y manos con sierra eléctrica, lluvia sanguinolenta y bocas que arrojan sangre a borbotones. Todo vale en estos tiempos posmodernos y de fronteras axiológicas borrosas.
Alvarez lleva la historia hasta extremos alucinantes, que desafían los más elementales códigos de verosimilitud, con personajes que apenas resultan frágiles estereotipos, mal caracterizados y sometidos a un truculento crecendo grandguiñolesco.

Hay dos preguntas que surgen espontáneas frente a tanto horror: ¿por qué y para qué se filman esta clase de películas? Y ¿por qué se los estrena con bombos y platillos, habiendo tantas buenas e inclusive excelentes películas que no llegan a las pantallas de los cines de nuestra ciudad?