Portadores

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Portadores es una película seca, áspera, asfixiante, recalentada como el asfalto de la ruta que recorren los personajes. El viaje es incierto: los cuatro protagonistas escapan de una enfermedad que no se sabe cómo se desató hacia un destino impreciso. Como en toda película de catástrofe, el objetivo primordial parece ser el movimiento, viajar siempre sin parar, porque quedarse quieto en un mundo lleno de peligros es estar cerca de la muerte. El dilema último termina siendo la manera de encarar la travesía: fiel a la historia del género, Portadores gravita especialmente sobre la moral y los vínculos humanos. El grupo de personajes se rige por una regla inquebrantable que consiste en que si alguien está infectado, hay que abandonarlo. No importa que se trate de una novia y que afuera del coche haya un desierto del infierno; Brian, el líder, cree ciegamente en la regla y la aplica de manera implacable. A diferencia de otras películas semejantes, en la de los españoles Álex y David Pastor la verdadera amenaza son los propios compañeros de ruta: un amigo, un novio, un hermano, todos pueden ser portadores del virus o castigadores del infectado. El resto de la humanidad, ya sean un montón de tipos armados o nuevos compañeros de viaje, constituyen las esquirlas de un desastre lejano, ecos apenas de un contagio inminente que acecha a los protagonistas. Los signos más terribles de ese cataclismo son los chicos, en Portadores víctimas recurrentes que sufren despiadadamente los primeros efectos de la enfermedad como tos, vómitos, erupciones o cansancio. Los planos en los que la cámara descubre los síntomas de la infección en sus caritas son durísimos pero a la vez representan la vocación realista y nada concesiva de la película: a contrapelo de muchos otros exponentes del género, acá los chicos son un blanco fácil para el virus y encariñarse con ellos implica un riesgo, como le recuerda constantemente Brian a Bobby. Así, la película recrudece su planteo ético: para sobrevivir hay que olvidarse de los lazos sociales más básicos, incluso si esto significa dejar en medio de la nada a un padre con su hijita enferma. Que la supervivencia de los protagonistas dependa efectivamente del cumplimiento de esa regla es una muestra de profunda amargura pero también de rigurosidad ideológica por parte de la película, porque los que consigan llegar hasta la playa van a ser los que puedan acatar la norma hasta las últimas consecuencias. No hay castigo para ellos ni salvación para los abandonados durante el viaje. La voz en off es el testimonio de los resistentes, la prueba de vida de los que todavía pueden contar el cuento. En cambio, nada se sabe de los contaminados: muertos por el camino, solos, seguramente en medio de estertores largos y agónicos provocados por el virus, a ellos les toca el silencio, el olvido absoluto tanto de los otros como de la propia película. Solamente que, a diferencia de otras en las que el esfuerzo se cifra en dejar una marca, una huella última (en El libro de los secretos se busca transmitir el relato de la Biblia, en La carretera se trata de imponer una disciplina moral) en Portadores los personajes no tienen metas que los excedan: todos sus trabajos apuntan a la supervivencia más crasa e inmediata y, quizás por eso mismo, más humana.