Por un puñado de pelos

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

¿Pero qué has hecho Montalbano?

Eso, ¿qué has hecho Montalbano? La pregunta no deja de ser pertinente, porque es difícil de entender cómo el realizador de Pájaros volando y Soy tu aventura cae tan bajo con Por un puñado de pelos. Su nueva apuesta por el absurdo, esta vez con la historia de Tuti Turman (Nicolás Vázquez), un joven millonario que sufre por su falta de pelo y que casualmente termina acompañando al encargado de su edificio a su pueblo natal, donde descubre una cascada milagrosa cuyas aguas hacen crecer el pelo, y de paso toda una oportunidad mercantil que antes de concretarse deberá atravesar todo tipo de disputas y vicisitudes, tenía mucho potencial pero al final se revela como completamente fallida y hasta peligrosa para su carrera. Sus problemas y defectos, lamentablemente, aparecen por todos los rincones posibles y son capitales dentro del género de la comedia. A saber:
Desaprovecha a sus actores: si uno mira Mis amigos de siempre, se puede dar cuenta rápidamente que Gonzalo Heredia no tiene absolutamente ningún recurso; que Nicolás Cabré tiene uno sólo, que es ponerse tenso; y que Vázquez tiene un par más, que giran alrededor de una presencia bastante relajada, donde no busca destacarse y hasta pareciera que se toma todo en joda. Ahora, eso puede funcionar en el ámbito televisivo y el desafío pasaba por si podía aplicarlo en la pantalla grande. Sin embargo, Montalbano lo rodea en el film de una puesta en escena absolutamente televisiva, sin un aprovechamiento cinematográfico de los espacios (y en el paisaje montañoso, con toda su inmensidad a cuestas, esa carencia resalta aún más) y poniéndolo a hacer morisquetas, agitar la cabeza y hacer bailes estúpidos. Con Rubén Rada, pareciera que no le hubiera dado indicaciones, con lo cual sólo tenemos su cara de nada para los momentos de comedia, su cara de nada para los de tensión y su cara de nada para el drama. Siempre cara de nada. En cuanto a Carlos Valderrama, quien interpreta al intendente del pueblo, su papel lo podría haber encarnado hasta el muchacho triste de Riquelme, y no hubiera habido diferencia. Y la culpa no es de Valderrama, cuyo carisma innato daba para componer un personaje con características memorables, sino de un guión que jamás le agrega espesor a su papel y de una dirección casi ausente. De las presencias femeninas, como la de Norma Argentina, mejor ni hablar: las mujeres en la película son meros objetos de deseo o apéndices del hombre, y eso se traslada a las actuaciones.
Es aburrida y no divierte: en Por un puñado de pelos los chistes efectivos no llegan a contarse con los dedos de una sola mano. Apenas si tenemos el del chancho con pelos, que encima es luego repetido hasta el hartazgo, hasta llegar a una vuelta de tuerca inverosímil; el del cura que desdeña los poderes de la cascada y es el único pelado del pueblo; y un diálogo donde Tuti pregunta si en el pueblo hay gente que trabaja en la construcción, para poder emplearla en la edificación de un futuro spa, y cuando le contestan que no pero que hay muchos desempleados, dice “mejor, así los hacemos laburar a todos en negro”, y que está dicha con tal naturalidad que termina evidenciando la brutalidad e insensibilidad del porteño rico de manera bastante productiva. Y ahí se acabaron los buenos chistes en un relato que pretende ser una comedia, que ya en la mitad de su metraje comienza a aburrir soberanamente, con una falta de ritmo alarmante y cuya anécdota sólo cubre lo justo y necesario para convertirse en largometraje, y sin embargo se estira hasta los más de cien minutos.
No comprende los géneros que aborda: ya desde su mismo título, el film busca emparentarse con el terreno del spaguetti-western, aprovechando el paisaje y una trama que gira alrededor de las disputas monetarias, pero tiene una grandísima contra, y es que no entiendo los mecanismos del género al cual hace referencia. El spaguetti-western ha sabido girar en torno a la venganza y la ambición, cimentando sus historias con personajes provistos de una ética corrida de las convenciones, casi amorales. Por el contrario, Por un puñado de pelos está inundada de moralina, de sentencias carentes de ambigüedad, de bajadas de línea sin ninguna clase de sutileza. Asimismo, carece de todo sentido épico, a pesar de que la música intente por todos los medios introducirlo -y quedando, de paso, totalmente a contramano de la imagen-. Esto se puede ver especialmente en el duelo que no llega a ser duelo entre Rada y Valderrama: Montalbano se equivoca tanto en la elección de planos como en el tono de las actuaciones y el montaje, hasta desembocar no en el ridículo cómplice, sino en el que aleja al espectador. Además, nunca se anima a tocar la violencia, lo cual lo separa aún más de un cineasta como Sergio Leone, al cual pretende homenajear.
Es conservadora y hasta retrógrada: se podría pensar que hasta involuntariamente -porque se hace dificultoso saber qué es lo quiere decir con esta película- Montalbano va descendiendo, a medida que avanza el relato, hacia el infierno del conservadurismo argentino, que lo termina emparentando con el cine (si es que puede llamarse cine) de Fernando Siro. Es cierto que el realizador siempre coqueteó un poco con el costumbrismo argentino de ese estilo, pero cierta visión paródica lo ponía en otro lugar. Acá no, porque no hay parodia, ni sátira, excepto para con la Iglesia (y es sólo en el chiste antes mencionado). En consecuencia, en la última media hora da la impresión de estar asistiendo a una secuela de Sapucay, mi pueblo, sólo que en vez de tener a Luis Landriscina como el cura bondadoso, tenemos toda una galería de enseñanzas de trazo grueso sobre lo hermosas y justas que son las creencias de los pueblos originarios en oposición a la pulsión por la guita de la gente de las ciudades, que son todos idiotas y desconsiderados, aunque al final algunos de ellos aprenden lo que es bueno, siempre en base al castigo. El problema en sí no está en pensar que la ciudad es mala y el pueblo es bueno, esa no deja de ser una visión sobre el mundo sobre la que se puede acordar o no. El inconveniente es que no hay personajes o hechos que sostengan esa visión adecuadamente, con lo que queda anclada en un tiempo que mejor olvidar. Todo es insustancial, sin vida en Por un puñado de pelos, que por otra parte es terriblemente incoherente en su narración y no pasa de ser otro ejemplo del hombre blanco, con su paternalismo a cuestas, haciéndole decir al indio lo que le resulta cómodo que diga. De ahí que la película termine yendo a contramano del rumbo que debería encarar una comedia: en vez de sacudir estructuras perimidas, las reafirma. ¿Y qué es la comedia sin un cuestionamiento real, tangible hacia el status quo? Cualquier cosa, menos comedia. Por un puñado de pelos jamás llega a calificar como comedia.
Con todos los defectos antes mencionados, Por un puñado de pelos vuelve a poner en cuestión el aporte de San Luis Cine al panorama del cine nacional. En lo que respecta a la carrera de Montalbano, es un retroceso muy fuerte, que lo pone en una situación de la que tiene que salir urgentemente.