Por tu culpa

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

El malestar en la familia

Los primeros minutos de Por tu culpa son extraordinarios. Una escena doméstica reconocible se convierte en un espacio sonoro entre insoportable y fascinante, secuencia capaz de musicalizar el malestar de una familia de una clase específica: dos niños parecen desconocer todo límite; juegan, ven la televisión, se pelean entre ellos. Mientras tanto, su mamá oscila entre ejercer su función materna y mandarlos a la cama o seguir escribiendo en su computadora. Una conversación telefónica con el padre, los dibujitos en el cable, la respiración de la madre son notas de una pieza de música concreta que condensa un desorden.

En este microcosmos sonoro habrá un accidente menor. El niño más chico se dará un golpe en la cabeza y será llevado a una clínica (el viaje hasta allí es un prodigio de suspenso). Es una medida prudente que derivará inesperadamente en un episodio jurídico, pues el médico de guardia no sólo habrá de revisar la cabeza del niño sino que intentará descifrar otras marcas, un “texto” escrito en el cuerpo que excede la categoría de accidente. Luego llegará el padre. Ya en el amanecer, la familia habrá de comenzar un nuevo día.

Incómoda
Formalmente ambiciosa y conceptualmente incomoda, Por tu culpa explora la violencia familiar de una clase social más que acomodada a la que se la exime de su demostración y expresión física, a pesar de que aquí su ejercicio permanece en un radical fuera de campo. Apenas se ven las consecuencias, pero sí se ven todas las estrategias para negar la existencia de un par de moretones.

La obsesión por el registro del cuerpo y la piel en el cine de Berneri no es una novedad, pero aquí tanto los sospechados como las víctimas hablan por sus extremidades y gestos corporales.

Si bien el trabajo de Érica Rivas es notable, la interpretación de los dos niños es tan sobresaliente como perturbadora. ¿Están actuando? Lo cierto es que sólo un registro paciente y meticuloso puede ofrecer resultados semejantes. Berneri sostiene el filme en este triángulo genético, tan poderoso que no necesita ni de música, ni de otros subrayados. Por eso, el plano general que cierra el filme es tan preciso como abierto: se visualiza una política familiar. El silencio nunca fue ni será un sinónimo de salud. Es perversión.