Por siempre amigos

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

LO PEQUEÑO COMO EJEMPLO DE GRAN CINE

En tiempos donde los géneros (e incluso las estéticas de mucho cine ajeno al mainstream hollywoodense) abusan de lo hiperbólico para seducir a una audiencia ganada por los estímulos constantes, una película como Por siempre amigos aparece como una verdadera rareza. No tanto porque esté construida en base a una fuerte impronta autoral, sino porque elige contar el drama de sus personajes con total amabilidad, sin caer en estruendos, emociones impostadas o efectismos, y construye un relato de una sinceridad inusitada en el cine actual. Ira Sachs, el director, es una reconocida personalidad del cine independiente norteamericano con más de dos décadas de trayectoria, que hasta se aleja de los tics del cine indie de su país: en Por siempre amigos no hay lugar para la sordidez ni la intensidad molesta, todo es relajado y humano, aún en las crisis y los roces que mantienen los personajes.

Hasta los conflictos que movilizan el drama parecen mínimos. Una familia hereda un departamento en Brooklyn y allí se mudan: la propiedad, cuenta también con un local alquilado por una mujer extranjera que tiene un taller de confección de ropa. La tensión comienza a darse entre los dueños y la inquilina, cuando desean actualizarle el alquiler y esta se niega a hacerse cargo del nuevo contrato. Pero aún más, porque el hijo de la mujer y el de los recién mudados, cuyo patriarca es un actor de teatro under (extraordinario, Greg Kinnear), se hacen amigos, en una de esas amistades que modelan definitivamente una adolescencia y una futura adultez: de ahí los “pequeños hombres” del título original. Por siempre amigos transita con levedad todas las cuerdas que toca: es un poco de comedia urbana, otro tanto de drama sobre las diferencias culturales y económicas, y fundamentalmente un coming of age.

El principal atractivo de Por siempre amigos está dado en cómo Sachs cuenta esa amistad adolescente entre Tony y Jake (talentosísimos Michael Barbieri y Theo Taplitz), que va creciendo entre códigos compartidos y la necesidad de vincularse con un contexto social determinado. Si en la cámara del director hay sensibilidad y mucha amabilidad, también hay una gran habilidad para impedir el retrato apologético y ramplón sobre la adolescencia que exuda mucho cine norteamericano contemporáneo. Sachs respeta el punto de vista de los chicos, básicamente porque los deja ser ante la cámara y los observa con dilección casi documental, pero a la vez los enfrenta al mundo adulto sin forzar el verosímil dramático que su película sostiene notablemente durante 85 minutos y respetando también la lógica de unos y de los otros. Si los pibes no comprenden del todo cómo los vínculos se pueden quebrar por cuestiones monetarias, los padres de Tony y Jake se muestran lógicos en sus crisis financieras y actúan urgidos por sus necesidades. Por siempre amigos es un film sin villanos… o mejor dicho, un film sin maldad. Si alguien hace daño, es consecuencia de alguna decisión equivocada. Pero Sachs nunca refuerza ese concepto, e incluso deja en un saludable espacio off muchas de las cuestiones que determinan los comportamientos de sus criaturas. La película se completa con la intuición del espectador, por eso también que deje sedimento y que nos invite a pensarla mucho más allá de su final: aunque en verdad es una película tan cálida, que casi nos obliga a habitarla más que a pensarla.

Las acciones y reacciones de los personajes son la clave, también la forma en que pueden dejar alguna enseñanza (después de todo es un relato de padres que intentan educar a sus hijos a como pueden) sin ponerse sentenciosos. Si la película tiene un tono leve, casi pidiendo permiso para no molestar, mucho de eso se sostiene en las actuaciones, fundamentalmente la de ese gran actor que es Kinnear, dueño de un porte clásico que genera cierta tensión con la contemporaneidad que respira mucho del cine indie en el que actúa. El acierto mayor de Por siempre amigos, pero en definitiva del registro de Sachs, es que sus personajes parecen seres humanos y comunes (algo dificilísimo de lograr) sin por eso perder un centímetro de su consistencia cinematográfica. Esta película es, casi, una epifanía.