Pompeii, la furia del volcán

Crítica de Jesús Rubio - La Voz del Interior

Pompeii, película de aventuras y romance ambientada en la ciudad de Pompeya minutos antes de la erupción del Vesubio, se torna solemne y poco creativa.

Quizás haya sido Ed Wood, el famoso peor director de la historia, el genio iluminado que inventó, sin querer, ese género aún no reconocido por el público y la crítica especializada llamado "películas malas". ¿Y cuál sería hoy el equivalente, con alto presupuesto y alta tecnología y una industria de respaldo, de esos entretenimientos desastrosos pero de culto del Hollywood de antaño?

Sin dudas que Pompeii, la furia del volcán (2014), el nuevo péplum irrisorio dirigido por el padre de las sagas gamer Mortal Kombat y Resident Evil, Paul W. S. Anderson, está a un paso de sumarse a ese género y a esa tradición inaugurados por el monstruo creador de esa no menos monstruosa rareza clase Z conocida como Plan 9 del espacio exterior. Pero el filme de Anderson no aprueba el examen de ingreso al exclusivo club de películas malas que se convierten en buenas con el paso del tiempo, y no lo hace por el simple hecho de cuidarse demasiado en parecer seria y solemne.

La historia transcurre en el año 79 D.C. en la ciudad de Pompeya, cuando está a punto de ser enterrada por la erupción del volcán Vesubio. Las primeras escenas muestran a un niño presenciando el asesinato de su familia. Pasan 17 años y el joven Milo (Kit Harington) es ahora, además de esclavo, gladiador de Corvus (Kiefer Sutherland), el senador romano malvado de turno. La bella Cassia (Emily Browning) conoce a Milo y, después de que éste la ayuda con un caballo desvanecido, se enamora. En el medio hay peleas en el coliseo y latigazos sin sangre. Cuando el volcán estalla, Milo tiene que salvar a su amada y a Atticus, un amigo gladiador con el que compartió celda. El final, si bien es lo mejor que tiene porque respeta la lógica de los cierres de este tipo de películas, no hace más que hundirla en la lava del volcán.

La cinta de Anderson cae en todos los lugares comunes habidos y por haber. Los diálogos están tan mal elaborados que resultan espantosos. Salvo por una línea que demuestra que, dentro de todo lo negativo, hay una conciencia detrás de cámara: en los tramos finales, Cassia le dice a Corvus que lo que están viendo no es deporte, a lo que el villano responde: "No, esto no es deporte, esto es política". El único pasaje digno de un filme de Godard.