Polvareda

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

Apuestas

Un grupo de hombres trajeados que parecen venir de algún lado no muy recomendable, están a la vera de una ruta. Adentro del auto, uno de ellos, a punto de morir, con sangre en su ropa. El deseo del falleciente es comer un asado antes del último respiro, así que de un tiro matan una vaca y se ponen en la tarea. En pocos minutos Polvareda, de Juan Schmitd, deja en claro su apuesta, que se extenderá durante los próximos 100 minutos: un trabajo formal riguroso en planos y tiempos narrativos, el acercamiento a un humor entre absurdo y lunático, y una mezcla de estilos que hace propio el lenguaje del western, del policial asiático a lo Kitano o Johnnie To y del revisionismo de los hermanos Coen, con una fuerte impronta de la literatura argentina de tierra adentro en sus diálogos. Pocos films en el horizonte del cine nacional, como Polvareda, que tarden tan poco en especificar de qué la van.

Polvareda es, desde el trabajo de su director y de los coguionistas Fabián Roberti y Marcos Vieytes, una constante apuesta. En primer lugar, por llevar siempre más allá el concepto que envuelve al film: y allí surgen largas secuencias en un partido de fútbol improvisado (mal actuado y filmado, hay que decirlo) o en un estanque con agua turbia, que habla un poco de la vuelta a los orígenes (dos de estos asaltantes son oriundos de Polvareda, el pueblo donde esperan unos trámites para su posterior huida del país) y que termina siendo el leit-motiv temático. Ese hombre enfrentado a su destino, representado por el interior mítico, como un lazo imborrable en el tiempo y cuyas deudas se terminan pagando con sangre.

Pero la apuesta más ambiciosa de los creadores de Polvareda es la de construir un relato que pueda imbricar en su interior toda una serie de referencias e influencias, como las que marcamos anteriormente, de manera fluida y -si se quiere- justificada. En ese sentido hay que decir que no siempre las cosas salen bien, que por ejemplo el humor no es algo que pueda sostenerse demasiado y que cierto estiramiento en las acciones demuestra un poco el nivel de capricho que también puede existir en este tipo de propuestas, aún con sus rasgos de genialidad (que los tiene) a cuesta.

Polvareda transita sobre dos extremos. En su comienzo, con su mezcla entre el absurdo sardónico y el drama existencialista; y en su desenlace, donde gana espacio lo policial y la violencia seca a lo Kitano. Tal vez el mayor inconveniente, más allá del western que todo lo regula y lo fusiona, es que en el medio se nota como un largo puente donde la espera de los asaltantes es también la espera del espectador, por algo que movilice una trama aletargada y más preocupada en exhibir conocimientos y referencias, que por narrar algo. Es decir: no está mal trabajar, como -repetimos- en el western la espera, pero ese proceso tiene que traernos cierta profundización en los personajes. Y salvo por el jefe que interpreta Enrique Papatino, los demás no son más que caricaturas o conceptos sin definición alguna. Esa ausencia impide que el espectador se comprometa de alguna forma con los personajes y con lo que se cuenta, y traslada a Polvareda más hacia el lugar del disfrute intelectual que emocional. Algo que su final sangriento viene a acomodar, un poco tarde es verdad.