Polvareda

Crítica de Benjamín Harguindey - EscribiendoCine

Érase una vez en Polvareda

Cuatro hombres de traje y gafas se bajan de un auto en medio del campo. Un quinto hombre se desangra en el asiento trasero. Vienen de robar un banco. ¿Ya les suena a Perros de la calle (Reservoir Dogs, 1992)? En realidad los criminales de Polvareda (2013) recuerdan a los yakuza de Takeshi Kitano: afables, serenos, con tiempo para gastar. Ni bien se bajan del auto le pegan un tiro a una vaca y arman un asadito. Y la película lo trata como algo eminentemente cool, como si no fuera gracioso. El mismo problema persiste a lo largo de toda la trama.

Los criminales se refugian en un pueblo de mala muerte, “Polvareda”. No pasan dos minutos en la pulpería y ya cruzan amenazas e indirectas con el comisario del lugar, Roque. El líder de los asaltantes es oriundo de Polvareda y comparte una historia de rencor con el policía. ¿Qué los ha llevado a esconderse en el lugar donde todos y sus madres los conocen? Aguardan pasaportes nuevos para poder cruzar la frontera sin problemas, pero lector, ningún argentino necesita pasaporte para cruzar ninguna frontera, y de todas formas, ¿qué fronteras hay en el interior de la provincia de Buenos Aires?

Vale, hay que dejar los tecnicismos fallidos de lado, aun si la película se construye sobre ellos. Los criminales son Chino, Mudo, Facha y Gordo, y a donde vayan posan en sus mejores pilchas y con sus mejores expresiones de macha impavidez. Es una película cool, o con ganas de ser cool, y las harmónicas y guitarras del Western les acompañan vayan a donde vayan (con el ocasional latigazo perdido en la banda sonora). Chino es el líder y por ende el único con un poco de psicología mechada a su personaje. Acaso un deseo de muerte o resentida nostalgia guían sus acciones. Los demás tienen tanta personalidad como sus apodos sugieren.

Los bandidos se comportan como niños mientras esperan, esperan, esperan. Juegan a la pelota. Se bañan en una pileta mugrosa. Tocan la guitarra. Pasean en tractor. Oímos música de corral en la banda sonora, a lo Benny Hill. Luego cortamos a Roque, serio y amargo, y a su imbécil acólito, espiando por binoculares a lo Pierre Nodoyuna y Patán. ¡Qué buena que hubiera sido esta película como comedia! Los eventos son tan ridículos que servirían mejor a una farsa que a la contemplativa película de género que quiere ser.

A saber, Polvareda tiene un muy bueno diseño de producción, y sus bandidos-caricatura están bien caracterizados, aun si el guión no termina haciendo nada con ellos. Al menos reciben el cariño y la simpatía de sus creadores, que no cuentan con una gota de cinismo, para bien o mal. No es que la película no sea capaz de enfrentar el drama con profundidad (el eje siendo la relación oculta entre Chino y Roque y las fuerzas que pujan detrás de cada uno), pero el resultado es tan inadvertidamente kitsch que resulta gracioso.