Policía, adjetivo

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Sobre el poder y la toma de conciencia

En la Rumania actual, un joven policía debe investigar a un chico de su edad acusado de consumir marihuana. Pero a medida que lo conoce, empieza a cuestionarse la validez de su deber e incluso del supuesto delito.

Hace tres años se estrenó Bucarest 12.08, una irónica radiografía sobre los últimos tiempos de la dictadura de Ceaucescu. Ese sutil humor negro que manifestaban algunas escenas del opus inicial de Corneliu Porumboiu continúa en Policía, adjetivo, pero las ambiciones temáticas y formales, y la mirada del director exceden cualquier marco geográfico determinado. En efecto, Ceaucescu ya es un recuerdo pero los ciudadanos están custodiados aún en sus mínimos movimientos. Hay un caso que resolver entre expedientes, archivos y seguimientos que hasta parece de rutina para Cristi, el joven policía civil que cumple órdenes impartidas por sus superiores. Un ciudadano fue descubierto con hachís, pretexto para que Porumboiu narre su historia en oficinas, pasillos y expedientes –supuestamente– legales que condenarían al infractor y que obligarían al policía a responsabilizar al sospechado. Sin embargo, Policía, adjetivo es una película donde todo el mundo parece controlado por el poder de la ley, alimentando una insoportable paranoia que hasta se traslada al ámbito familiar, como ocurre en la discusión entre Cristi y su novia por un tema musical que a ella la complace. En este mundo de perseguidos y vigilados, nadie alza el tono de voz, los personajes susurran, gesticulan sólo lo necesario, como si se estuviera viviendo (¿sobreviviendo?, ¿resistiendo?) dentro de un thriller paranoico con una puesta en escena kafkiana.
Las virtudes de la película, como todo gran film, no solamente se circunscriben a su importancia temática. Los recursos cinematográficos son amplios y plenamente justificados: minuciosos fuera de campo (el sospechoso no aparece en imagen), rigurosos tiempos muertos donde se procesa el estado paranoico de Cristi, silencios que ocupan el lugar de las palabras y explicaciones redundantes. Como si un moderno Joseph K de El Proceso no encontrara respuestas para sus enigmas.
En este punto, la última medida resulta agobiante para Cristi y otro policía, quienes escuchan atentamente a su superior, que habla y justifica el proceder de la justicia a través del diccionario. Allí Porumboiu gana su propia batalla dialéctica, donde las palabras adquieren un nuevo significado o, en todo caso, aquel que sólo entiende el poder. El de Rumania o el de cualquier otra parte del mundo.