Plumíferos

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Según cuentan, Plumíferos es una de las primeras películas animadas en 3D del mundo realizada a partir de software libre, es decir, hecha por fuera del esquema de las grandes empresas informáticas (ya había un antecedente peruano: Piratas en el Callao). Confieso que este hecho me seduce enormemente: me suena a levantamiento, me lleva a pensar en una verdadera rebelión cinematográfica, en el precedente que anuncia un futuro distinto para la animación, libre de ataduras y concesiones a modos de producción de las grandes corporaciones y estéticas mainstream. Fuera de esto (más un fantasía personal que una realidad a concretarse), Plumíferos es una películasin absolutamente nada digno que ofrecer al público, pobre por donde se la mire. Y es que el problema empieza, justamente, con la mirada: al principio de la película, durante el acecho de un gato a un pajarito en el techo de una casa, el film de Giannini y De Filippo exhibe una terminación visual increíblemente tosca, desprolija, fea, que lleva a suponer (¡a desear, con todas nuestras fuerzas!) que ese comienzo no sea más que una burla calculada, alguna clase de dispositivo visual sometido a un examen paródico (un programa de televisión, quizás). Pero no: los torpes movimientos de cámara; la animación rígida y rudimentaria del personaje del gato (ver sobretodo la caída, donde lo rústico del dibujo alcanza su cumbre máxima); el uso (y abuso) falto de gracia del slapstick; la aspereza de las figuras y las texturas; el pixelado que se nota casi constantemente (y que recuerda a aquellos primeros videojuegos en 3D de principio de los 90); la falta de definición de los fondos que muchas veces apenas cumplen el papel de meras decoraciones y nunca alcanzan a tomar la forma de mundo concreto que sirva de marco para las aventuras de los personajes; todo, en resumen, anticipa lo que está por venir: una película burda que exhibe desfachatadamente su factura lamentable. Y encima, como si lo grosero de la animación no fuera suficiente, tenemos que soportar el trabajo con las voces: el desequilibrio que se da entre el habla coloquial y de corte televisivo con algunas inclusiones de español neutro, el desfase que varias veces se advierte entre la pista de audio y los gestos de la boca de los personajes, o la total falta de cohesión entre las diferentes actuaciones (escuchar las interpretaciones de Mariano Martínez, Mike Amigorena o Luis Machín: cada uno está haciendo su propia película, forzando la caracterización y desencajándola del resto); también esto hace que en lo sonoro, Plumíferos resulte una experiencia irritante, molesta. Y como si las ambiciones de los realizadores fueran fracasar rotundamente en todos los rubros posibles, el desorden y falta de personalidad general puede apreciarse además en el universo temático de la película, indefinido y falto de matices al punto de hacer imposible reconocer el origen del film: descontando algunos impostados modismos porteños, Plumíferos podría tomarse como proveniente de cualquier otro país de habla hispana, tan evidente es su falta de pertenencia a una cultura. Se mezclan, por ejemplo, un benteveo que (haciendo honor a su especie) solamente puede pronunciar “bicho feo” (dicho sea de paso, rompiendo el contrato establecido con el espectador, según el cual los animales del film hablan como humanos y no como animales) con un edificio como el del villano Puertas que es pura modernidad y tecnología de punta rayando en la ciencia-ficción, imposible de encontrar en la ciudad de Buenos Aires (en este sentido, la geografía urbana de Plumíferos también es impersonal y nada precisa: de imágenes de barrios con casas bajas se pasa, casi sin transiciones, a otras de la ciudad con rascacielos).

Fuera de alguna rara buena decisión (como hacer del gato, personaje ajeno a la historia central, un ocasional narrador) y uno o dos chistes que funcionan (alguna frase del señor Puertas, la ansiedad del personaje de Pipo), la visión de Plumíferos, a pesar incluso de sus escasos ochenta minutos, no puede conducir más que al fastidio y a preguntarse por el motivo de tamaña ofensa animada. Aunque hay que destacar que, al menos como experimento técnico, la película de Giannini y De Filippo resulta un ensayo interesante, quizás una posible puerta a un cambio en el estado de cosas de la animación en 3D.