Planeta 51

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Un clon rendido a la corrección política

El film de animación fue creado y producido en España, pero con voces de actores norteamericanos. Es la historia de un planeta de alienígenas al que llega un astronauta de la NASA muy parecido a Buzz Lightyear y con un robot a la Wall-E.

Creada y producida en España, escrita por un guionista de Hollywood y con actores estadounidenses poniendo la voz (en la versión original; en Argentina se estrena en copias dobladas al castellano neutro), Planet 51 es, seguramente, la primera producción de la historia del cine sin marcas de identidad. A diferencia de lo que sucedía en los años ’60 con las copias europeas de géneros prototípicamente sajones (los westerns, las de terror, las de acción), que pretendían igualarse a ellos sin lograrlo, Planet 51 no muestra la hilacha. Todo en ella –la técnica, el doblaje, los temas y el enfoque– la convierte en clon de una de Hollywood. Esa condición clonada, esa media de corrección estándar es, justamente, lo que la hace menos interesante que sus tías lejanas, que no podían disimular el acento aunque quisieran.

La idea original es buena, aunque no del todo rigurosa. Por más que sus habitantes parezcan moluscos verdes y el calendario marque el año 19 mil y pico, el planeta del título (que ya en el original viene en inglés) vive en el equivalente de los ’50 de la Tierra. O de Estados Unidos, que viene a ser lo mismo. El pueblito se parece al de las películas de ciencia ficción de aquella época, la banda de sonido es puro Elvis, en los jardines se preparan barbacoas, los chicos leen comics y los cines proyectan películas de invasores espaciales. Con una pequeña diferencia: los alienígenas de esas películas son... los terráqueos. Si las necesidades del comic relief aconsejan meter un cantautor hipón, de temas de protesta típicos de los ’60, se lo mete, aunque esté desfasado una década. O encajar un perrito que es como el alien de la película de Ridley Scott.

A ese planeta amable y paranoide va a parar el alienígena tan temido: un astronauta de la NASA, proveniente del presente terráqueo. Es sospechosamente parecido a Buzz Lightyear y viene acompañado de un robotito que parece Wall-E, pero con el aspecto de su novia Eve. La respuesta frente a semejante “amenaza” será la que las películas enseñaron a los nativos del planeta 51: envío del ejército, de tanques, de armas. Y de un científico nazi, con acento alemán y todo. Con las voces de Dwayne “The Rock” Johnson, Jessica Biel, Gary Oldman y John Cleese (ninguna de las cuales se oirá por aquí) y guión a cargo de uno de los miembros del equipo de Shrek, la trama de Planet 51 también cuenta con un precedente. Se trata de El gigante de hierro (1979), inédita por aquí, en la que, en tiempos de Guerra Fría, un chico terráqueo se hacía amigo de un temido robot extraterrestre, oponiéndose juntos a las fuerzas de la reacción terrestre.

Con un general ultrabelicista por némesis, el astronauta de Planet 51 –fanfarrón, bravucón, con pinta de marine– representa el único asomo de comentario más o menos crítico sobre la cultura yanqui. Hasta que se convierte en héroe de western, se pudre todo y sólo queda la corrección política, a la que se rinden nueve de cada diez películas de animación de hoy en día. Ideada, producida y realizada por creadores de videojuegos, hecha con un presupuesto enorme (alrededor de 100 millones de dólares), lanzada en miles de salas estadounidenses y llena de la clase de citas y referencias pop-cinematográficas que podían esperarse de un guionista de Shrek, Planet 51 cumple con su objetivo, consistente en parecerse a una producción media de animación digital de Hollywood. Es como si un empresario español pusiera una cadena de hamburguesas, igualita a McDonalds: el estándar del estándar.