Placer y martirio

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Un intenso y osado relato

Delfina es una mujer casada. Con su marido, más que llevarse mal se lleva poco. Tienen una hija adolescente, buen pasar económico y una mucama disruptiva, planteada como un personaje nada verosímil. Tampoco es verosímil Kamil, un señor mayor que juega de forma sinuosa y artificiosa a las finanzas en modo mayor, a manipular 24/7, a ser un hombre de mundo. Kamil es presentado a Delfina por una amiga. Y Delfina entra en un proceso de infatuación, sumisión y degradación con, por y debido a su amante Kamil. Y están las amigas de Delfina, que están obsesionadas por el sexo. Y la mucama reaparece a intervalos regulares y nos indica, con su intensidad, sus reclamos extemporáneos y su particular humor, que la propuesta de Campusano huye de cualquier idea de sobriedad y también de medianía. Y del promedio del cine argentino. Un cine que se desmarca.

La compañía productora de Campusano se llama Cinebruto, y hay un programa de acción en todo esto que incluye la frase "se filma o se filma", y la apuesta por convivir con la "incertidumbre, el azar y el riesgo". En las películas anteriores de Campusano, Legión, tribus urbanas motorizadas (2006), Vil romance (2008), Vikingo (2009), Fango (2012), Fantasmas de la ruta (2013) y El Perro Molina (2014), los temas y personajes suburbanos y/o marginales se conectaban con los bordes desprolijos de su estilo, con las actuaciones singularísimas, ásperas y a veces toscas, aunque exactas dentro de la propuesta general.

En Placer y martirio, premio a la mejor dirección de la Competencia argentina del último Bafici, Campusano no modificó su acercamiento a la puesta en escena, pero cambió de ámbito e hizo un melodrama sobre lo que él interpreta como el aburrimiento de las clases alta o medio-alta. Y la incursión del realizador quilmeño en este mundo nuevo y extraño en su cine nos pone -otra vez en su carrera- frente a un relato con una idea nada corriente sobre la actuación y los diálogos, artificialmente consistentes y cargados de una energía distintiva. Aburrimiento, sumisión y sexo -temas de tanto cine que circula por festivales- pocas veces han generado relatos con tanto vigor, con tan poco miedo al ridículo, tan intensos, con tanto ritmo. Campusano no se nutre del temor al error, no cree en lo apolíneo y va, con su acabado estrambótico, a la búsqueda de espectadores que no valoren perfecciones, sino estímulos, mediante un cine que se permite la osadía de no parecerse a otros cines, de no adaptar sus bordes rústicos y de no resignar personalidad en aras de la aceptación.