Placer y martirio

Crítica de Guillermo Colantonio - Fancinema

Cambio de hábito

Las discusiones sobre el cine de Campusano siempre exceden el plano estético. Sus ficciones son extrañas ante los parámetros del canon festivalero y hay muchos que no perdonan esto. Los principales dardos eligen fundamentalmente como destino las actuaciones y los modos lingüísticos pronunciados. Sin embargo, hay que decirlo: mientras varios directores recurren a la misma película institucional y porteña, Campusano consolida un método narrativo como pocos. Sus historias fluyen de manera vital y con un particular manejo del humor más allá de los tormentosos ambientes que elige mostrar.

En esta oportunidad, cambia de universo social y transita el devenir de una mujer (Delfina), bien posicionada económicamente, que queda prendida de un empresario (Kamil) perverso, el cual será decisivo para que abandone su entorno familiar e inicie un enfermizo periplo sin retorno. Todos los signos de la estética “cine bruto” se mantienen, incluidas las incongruencias y los esquematismos en términos de verosimilitud. Tal vez no haya que entenderlos como errores sino como marcas que se instalan con una intencionalidad política frente a tanta abulia imperante. Sin embargo, el abandono de la estructura coral le significa a este oscuro retrato una saturación de modelos telenovelescos trillados y una mecanicidad que agota. La fotogenia y la fuerza expresiva que tenía el vikingo no funcionan en el gélido retrato que componen los actores de Placer y martirio. Una de las claves del realismo pasa por el grado de conocimiento que tiene quien representa el microuniverso escogido. No se trata de que Campusano no pueda decodificar ciertos rituales burgueses o de clases pudientes y plasmarlos en pantalla, el problema es que el resultado queda debilitado por un predominante esquematismo en el tratamiento de los personajes.

Y sin embargo, sí hay que resaltar la destreza narrativa del director. Sus películas se consolidan en este aspecto y la historia fluye como una corriente gracias a un montaje que logra, cada vez más, disimular los problemas de interpretación. Además, hay un eje más que redimible en el film que se desarrolla paralelamente: el carácter vampírico que adquiere la protagonista con sus constantes cirugías para entregarse a la enfermedad del amor.

Un misterioso plano final confirma lo anterior y le devuelve a la película cierta energía que se había apagado. Uno hubiera preferido verlo antes.