Pistas para volver a casa

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Hermanos y detectives

Comedia absurda, melodrama familiar, película de aventuras, road movie… Todo eso y más es Pistas para volver a casa, película despareja, pero al mismo tiempo llena de ideas, búsquedas y hallazgos.

En el arranque conoceremos a dos hermanos bastante patéticos, dos personajes que rondan los 40, que han perdido la brújula y que, en esa desorientación cercana a la desesperación, son capaces de apelar a cualquier recurso. Dina (Erica Rivas) trabaja por las noches en una lavandería, no ha tenido demasiada suerte con los hombres y vive sola, entre arranques de angustia, muchos cigarrillos y una profunda devoción religiosa. Pascual (Juan Minujín) está a cargo de sus dos hijos (su mujer lo abandonó), no tiene trabajo y vive de aportes externos, por ejemplo el de una vecina muy veterana que lo ayuda a cambio de habituales encuentros sexuales.

Los antihéroes del film no se llevan nada bien, pero deberán salir juntos en el destartalado Renault 12 de ella (él no maneja) porque su padre (Hugo Arana) ha sufrido un accidente y está postrado en un hospital de pueblo, donde tiene unas cuantas "laguna mentales". Y a partir de allí conoceremos la historia de la familia, con muchos secretos y mentiras, una madre abandónica y un dinero escondido. Tras ese prólogo arranca una suerte de búsqueda del tesoro con mapa incluido en esta suerte de regreso a Hansel y Gretel aunque en versión absolutamente deforme.

La película tiene momentos intensos, divertidos, emotivos, pero también otros en el que los conflictos -casi siempre bastante extremos- parecen forzados y surgen atisbos de sobreactuación. Más allá de algunos lugares comunes (la escena del baile desenfrenado, por ejemplo), hay en Pistas para volver a casa una falta de prejuicios, un interesente pendular entre la ligereza y la densidad, entre lo fluido y lo enfermizo, un torrente de movimiento e intensidad emocional, que se valoran y se agradecen.