Pichuco

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

Las dimensiones de la leyenda

Los documentales sobre personajes públicos, especialmente cuando se trata de artistas, suelen incurrir en el exceso para hablar de su protagonista. Salvo excepciones, el discurso será siempre positivo: la figura que convoca ha sido seguramente un genio, un ser maravilloso, alguien fundamental en la vida de todos los involucrados. Pero el problema no es este: pocos se animan a ilustrar la vida de personajes despreciables y la mayoría elige por acercarse -y ofrecer su mirada- a personalidades que sirven de referente. El problema es que hay que tener muy buen criterio para que los testimonios y la forma de poner en escena la esencia del artista redunde en la imposibilidad de concluir de otra forma que no sea con una frase del estilo: “¡este tipo era un genio!”. Pichuco, el muy buen documental de Martín Turnes, lo logra.

Lo curioso y fundamental de este trabajo es que la figura de Aníbal Troilo, cuanto artista, ya ha sido varias veces recorrida y, de hecho, su firma artística ha sido múltiples veces celebrada: compositor, instrumentista y director de orquesta, Pichuco es uno de esos nombres claves en la historia de algún género artístico: clásico, líder en su tiempo de orquestas populares, pero a la vez virtuoso y vanguardista, fue el puente entre las viejas y las nuevas generaciones. Tanto, que en su orquesta albergó a Astor Piazzolla y le terminó produciendo sus primeros temas. Ese nombre, decíamos, logra en Pichuco, el documental, incluso trascender a su propio mito.

Los testimonios recogen las voces de personalidades que han trabajado con Troilo, que lo han conocido, como Raúl Garello, Horacio Ferrer, Leopoldo Federico, Osvaldo Piro. Y más. Todos coinciden en su genio. Pero si el trabajo de Turnes se hubiera detenido en ese reconocimiento no estaríamos más que ante un documental de ocasión, en coincidencia con el centenario del nacimiento del artista (11 de julio de 1914). El film, lo que hace muy inteligentemente, es trazar un mito, una leyenda, con su importancia a cuesta, pero desde una construcción que tiene en cuenta las dimensiones del personaje: ahí están quienes compartieron trabajo con el músico, también la mirada desde el ámbito académico con estudiantes que analizan su obra, sus propias canciones ejecutadas por él mismo o por músicos contemporáneos que las recrean; el archivo audiovisual y su esencia recorriendo las calles de Buenos Aires. El film, antes de gritarnos que Troilo era un fucking genio, nos enseña por qué debemos respetar ese personaje desde los más variados puntos de vista.

Turnes entiende a través de Pichuco que el artista es su voz (notable la inclusión de un viejo y conocido recitado de Troilo sobre el final), su herencia, su influencia y, sobre todo, una ciudad, un espacio, que lo define y lo construye culturalmente. Todo eso, sutil y despojadamente, se da cita en un documental notable que nos invita, obvio, al tarareo y el movimiento constante que la orquesta de Troilo a lo largo de tanto tiempo invocó.