Petite Maman

Crítica de Guillermo Colantonio - Funcinema

DE AMOR Y DOLOR

Hay películas cuya duración se corresponde con el tiempo de una experiencia. Puede ser la de un sueño, una pesadilla, unos veinte azotes, un encuentro amoroso frustrado o exitoso, o incluso el de una visita a un museo. Céline Sciamma regala un pequeño diamante que dura lo que una caricia o un abrazo sin (sobre) excitación. Su declaración de intenciones está al comienzo, con imágenes que escriben y un plano secuencia que enlaza a tres mujeres y a tres generaciones a través de habitaciones que se transitan, pero que recorta fundamentalmente a la pequeña protagonista, uno de los triunfos fotogénicos en esta breve historia.

Apenas unos trazos bastan para instalar la atmósfera de tristeza ante la pérdida de una abuela y el traslado de un matrimonio a una casa en medio del bosque. Pero en los detalles se juega la estética de Sciamma para dar cuenta de cómo las fugaces muestras de amor pueden lidiar con el dolor. Con solo ver cómo Nelly come sus snacks o rodea con los brazos a su madre mientras maneja, obtenemos un cuadro afectivo (no efectista ni reparador) y también realista, porque no transcurrirá demasiado tiempo para que Marion (la madre) necesite estar sola para hacer el duelo. Entonces, la pequeña Nelly y su padre se encargarán de la casa. Una exploración de la chiquita al bosque provocará el encuentro con otra niña (el otro hallazgo fotogénico) y no hace falta adelantar nada más sobre la trama.

A partir de allí, entramos en el terreno de las sustituciones, de las duplicidades, de superficies especulares, del deseo cuya materialización (real o imaginaria) es otra manera de negociar con el sentimiento de pérdida. Y si lo fantástico surge como posibilidad, inserto en lo cotidiano, no hay irrupciones violentas ni invitaciones para elucubraciones netamente intelectuales, más bien un pedido de entrega para armar y desarmar cierta idea de maternidad desde un lugar de emociones contenidas, donde todos los tiempos son el tiempo, el presente absoluto, donde cada experiencia se vive como si fuera la última en el teatro de la vida y de los vínculos familiares. Pero también es una película sobre la infancia, etapa que Sciamma evoca con la felicidad de quien revive los misterios de aquellos seres que nos visitan durante las noches, los momentos de soledad donde asoman los juegos y los ritos mientras los adultos cargan con sus cosas, y esa posibilidad de habilitar mundos que muchos creen producto de la fantasía pero que siempre dicen algo. Porque detrás de esos espejos, hay voces, anhelos, demandas y mucha sabiduría.