Pequeña flor

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

El tedioso encanto de la rutina

Con Pequeña Flor (2022), el realizador Santiago Mitre da un nuevo salto cualitativo, en una coproducción entre Argentina, Francia, Bélgica y España que narra un típico drama conyugal que da un giro fantástico y se asienta en la comedia negra para construir una trama tan divertida como inesperada. Basada vagamente en la novela homónima del 2015 del escritor argentino Iosi Havilio, el film narra el derrotero de un dibujante argentino radicado en Francia en pareja con una mujer gala. La trama comienza con la voz en off de un narrador omnisciente que relata la historia en pasado, voz que pronto se revelará como uno de los personajes centrales de la propuesta de Mitre. El traumático nacimiento de su primera hija, Antonia, en una escena de gran potencia narrativa, y la mudanza por trabajo a la ciudad industrial de Clermont-Ferrant, son el prólogo de uno más de los drásticos cambios en la rutina de José (Daniel Hendler), un modestamente exitoso dibujante que pierde su trabajo en una conocida empresa de neumáticos, por lo que Lucie (Vimala Pons), su pareja y madre de la niña, decide buscar trabajo en un periódico local para mantener a la familia. Mientras que José se encuentra en un impase de su carrera y con un bloqueo creativo, Lucie se sumerge en tareas demandantes y agotadoras que la alejan de su esposo y su hija. En esta nueva dinámica, el hombre logra una gran conexión con la bebé, situación que se contrasta con los problemas de la madre para relacionarse con la pequeña Antonia.

En uno de sus impulsos, José decide plantar un árbol en el terreno enfrente de su casa pero su pequeña pala se rompe, por lo que decide emprender la difícil tarea de pedirle una pala a sus vecinos. Así conoce a Jean-Claude (Melvil Poupaud), un extrovertido fanático del jazz que lo abruma con sus ampulosos clichés franceses. Entre ellos comienza una extraña e inesperada rutina que iniciará una curiosa amistad. Con los roles invertidos, el depresivo y estancado José cobra nuevos bríos gracias a una situación sobrenatural que lo deja perplejo, mientras que la enérgica y vital Lucie se sume en el agotamiento laboral y la crisis marital y maternal, lo que la lleva a asistir a una terapia grupal alternativa con un gurú catalán, Bruno (Sergi López). Cuando el gurú invita a José a sus reuniones las cosas se salen de control y Lucie, sorprendida y conmocionada, abandona a su esposo, que redescubre su veta creativa en medio de la soledad y la catártica rutina de su relación con su vecino y Antonia.

Al igual que la literatura de Havilio, el film de Mitre es un viaje narrativo hacia un territorio desconocido que sigue el camino de José y Lucie, una pareja que se va descubriendo como tal así como se halla en el rol de padres, que ambos conjugan con sus profesiones. Entre ambos hay un choque frontal representado por la negativa de José a mejorar su precario francés y la no aceptación de Lucie de esta situación, que se suma a la pérdida del trabajo del varón, la necesidad de salir a trabajar de la mujer y la consecuente búsqueda imposible de un equilibrio entre la vida personal y el trabajo, dilema que atraviesa toda nuestra existencia contemporánea.

El cuarto largometraje de Santiago Mitre, y tal vez su film más salvaje hasta la fecha, es una adaptación libre de la quinta novela de Oisi, un monólogo interior vertiginoso del abrumado protagonista que homenajea el jazz más clásico de músicos como Sidney Bechet, cuya obra es escuchada una y otra vez por José y Jean-Claude, descubriendo en ella un significado oculto de la vida. La película, escrita por Mitre en colaboración con Mariano Llinás, con quien trabajó también en sus otras obras, El Estudiante (2011), La Patota (2015) y La Cordillera (2017), también tiene una escena en un recital del popular cantante francés Hervé Vilard, que interpreta su canción más conocida, Capri c’est Fini, en una escena de este film que mantiene el equilibrio entre el costumbrismo, la comedia negra y la fantasía.

Al igual que las composiciones de jazz, la trama es enrevesada y llena de idas y vueltas pero tiene una estructura definida, un eje sobre el que giran los personajes, la rutina de la vida en pareja. Las relaciones entre los personajes remiten así a la filosofía estoica del eterno retorno, una repetición cíclica de todas las instancias de la vida al infinito, situación que se encuentra en el argumento principal de la propuesta y en todos los detalles de la obra.

La música, a cargo del compositor argentino Gabriel Chwojnik, remite más al terror y al thriller que a otro género, resaltando la decisión narrativa de Mitre y Llinás de situar al film en el peligroso equilibrio de géneros, el cual funciona gracias a las expresivas actuaciones de todo el elenco y la gran pericia narrativa del realizador, que más allá del talante de la obra le imprime a sus películas un sello autoral de corte clasicista, especialmente apreciado en La Cordillera pero también presente en La Patota y El Estudiante. La fotografía de Javier Julia, con quien Mitre ya había colaborado precisamente en su opus anterior, también es responsable de este tono clasicista.

Mitre y Llinás crean aquí un film de escenas atrapantes e hipnóticas, llenas de expresividad, ampulosas y desafiantes, donde los actores se lucen. En Pequeña Flor también hay juegos alrededor de los choques de idiosincrasias y de la percepción que los argentinos tienen del mundo y viceversa, generando gags muy graciosos que se combinan con la Nouvelle Vague y la estética fantástica rioplatense de la literatura de Jorge Luis Borges y Julio Cortázar en un híbrido abigarrado tan peculiar como maravilloso que acentúa las diferencias y los vínculos de las culturas argentina y francesa.

Pequeña Flor es una película lúdica y plena en libertad creativa sobre la imperiosa necesidad que tenemos los seres humanos de construir rutinas, para luego romper con ellas en catárticas explosiones e iniciar nuevamente el proceso de adaptación a una nueva rutina en una dinámica de sístole y diástole entre ruptura y estabilidad que es la base de la fluidez de las relaciones sociales. La trama de la novela de Oisi y de la película de Mitre oscilan en torno a esta temática del eterno retorno de lo mismo que acontece durante la vida y la historia humana para presentar un relato sobre la tensión entre resistencia y aceptación ante la rutina, cuestión que atraviesa universalmente la vida en todas sus formas.