Patrick

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

Psicoquinesis devaluada.

El caso del proyecto más reciente de Mark Hartley es sumamente peculiar, considerando todas las aristas involucradas: hablamos de un documentalista/ historiador cinematográfico australiano especializado en vertientes olvidadas y clásicos de culto de su país, al que algún productor aventurero -más el organismo estatal de turno- juzgó “calificado” para afrontar la remake de Patrick (1978), film que él mismo había analizado en la excelente Not Quite Hollywood: The Wild, Untold Story of Ozploitation! (2008), vista en un BAFICI hace tiempo. Si bien de antemano la actualización en cuestión y el responsable de llevarla a cabo parecían corresponder, el resultado final lamentablemente dista mucho del éxito presagiado.

Ahora bien, el “detalle” que nadie tomó en cuenta es que el director en términos prácticos no poseía experiencia en ficción y definitivamente no contó con el poder suficiente para modificar el anodino guión del debutante Justin King, otro ejemplo de lo que ocurre cuando se conserva la estructura primordial aunque ya sin el pulso narrativo ni los recursos simbólicos de antaño, hoy por hoy extintos. Llegado este punto debemos señalar que la propuesta original tampoco era una joya ni mucho menos, no obstante tenía ese encanto desquiciado, entre bizarro e hipnótico, de aquella “clase B” australiana de las décadas de los 70 y 80 que nos regaló un puñado de realizaciones que escapaban a todo facilismo.

Se podría afirmar que se mantiene la trama diagramada por el mítico Everett De Roche, padre de varias obras maestras del período como Long Weekend (1968), Harlequin (1980), Roadgames (1981) y Razorback (1984): Kathy Jacquard (Sharni Vinson) es la nueva enfermera del Instituto Franklin, un establecimiento psiquiátrico dedicado al “cuidado” de pacientes en estado vegetativo, léase en coma o con funciones cerebrales nulas. Allí conoce al inefable Patrick Thompson (Jackson Gallagher), un muchacho misterioso y con poderes psicoquinéticos que se muestra tan interesado en comunicarse con ella como en devolverles determinados favores a las autoridades del lugar, hostigamiento y objetos filosos mediante.

Los problemas se multiplican a medida que avanza la historia y de a poco se filtran hacia la dimensión formal: los diálogos son en extremo banales, la transición entre escenas resulta patética, la sobreabundancia de “bus effect” empobrece la película, los CGI huelen a plástico y la reutilización de estereotipos está encarada desde una torpeza irritante, sin una sola novedad significativa a la vista. La primera mitad en especial funciona más como un catálogo de lugares comunes del mainstream contemporáneo que como una oda al cine visceral de Oceanía, lo que uno podría esperar de Hartley. Recién con el montaje paralelo del desenlace el opus recupera en parte un aliento algo estéril, francamente devaluado…