Paternóster

Crítica de Martín Chiavarino - A Sala Llena

Designios diabólicos.

El cine de terror nacional ha cosechado una gran trayectoria en los últimos años con extraordinarios títulos. Entre ellos se destacan algunos trabajos como Necrofobia (2014), un giallo dirigido por el talentoso Daniel de la Vega (Hermanos de Sangre, 2012), uno de los directores más interesantes de esta camada, El Día Trajo la Oscuridad (2013), de Martín De Salvo, una excelente película de terror psicológico sobre vampirismo, y Resurrección (2015), un extraordinario film de terror gótico, sólo por nombrar los más representativos e interesantes.

Paternóster (2013), de Daniel Alvarado, desgraciadamente equivoca el camino estético desde todos los ángulos. El guión de Osvaldo Canis es demasiado predecible, anodino e incluso confuso. La edición incurre en errores que atentan contra la argumentación, y la edición de sonido es pobre, llevando la música hasta la estridencia y algunos diálogos importantes al susurro inaudible. Las actuaciones se convierten en parodias debido a frases ridículas, a pesar de que Héctor Calori y Eduardo Blanco -y varios de los actores secundarios- se esfuerzan al máximo por hacer creíble la narración.

La historia de esta película, que toma su nombre del Padre Nuestro, intenta recrear infructuosamente el clima de terror clásico. Así, Tito (Eduardo Blanco), un fotógrafo de cincuenta años con un pequeño local de fotografía, recibe como herencia una casona a orillas de un siniestro lago. Su esposa, Carmen (Adriana Salonia), queda embarazada tras un episodio confuso en un altar demoníaco en medio de una ruta que conduce a dicho lago, en el que Tito pierde una carta escrita por ella. Para introducir el mal, Ferdás (Héctor Calori), un personaje extraño, aparece y desaparece súbitamente sin dejar rastro con vistas a regalar una lámpara y aconsejar al protagonista. Este misterioso ser parece omnipresente: siempre vigilando e influyendo en el carácter de Tito, infundiendo imágenes de infidelidad.

A medida que la trama avanza los errores crecen, las buenas ideas se pierden en la intrascendencia y la historia va cumpliendo con todos los presagios temidos sin levantar el pulso en ninguna oportunidad. El tono demoníaco parece una parodia más que una cuestión seria sobre lo maléfico. El resultado es una película de grandes fallas, plagada de escenas innecesarias, que necesita una revisión completa en todos sus rubros, tanto técnicos como estéticos. El estreno de Paternóster es un gran retroceso dentro del cine de género y las buenas ideas que contiene merecen un trabajo más arriesgado y sutil que no caiga en clichés ni en diálogos fútiles y poco creíbles.

En algunas oportunidades las peores películas hacen estallar los géneros y transforman el cine. Los trabajos de Ed Wood resurgieron de las cenizas post Tim Burton, por dar un ejemplo, pero este no parece el caso. Finalmente, más allá de las carreras, las subvenciones y la industria, sólo el público decide qué sobrevive como un clásico: Paternóster no parece representar esta época ni siquiera en su mediocridad. La imperfección puede ser percibida en los resquicios, no en la superficie del traspié humano. El terror merecía algo mejor…