Pase libre

Crítica de Matías Orta - A Sala Llena

En los ’90, los hermanos Peter y Bobby Farrelly cambiaron la manera de hacer comedia. Ya en su ópera prima, Tonto y Retonto, quedaba muy claro el estilo: protagonistas extravagantes pero tiernos y enamoradizos (siempre de mujeres hermosas), y toneladas de humor escatológico. Los Farrelly no temían hacer chistes sobre los fluidos corporales que se imaginen y con personajes gordos, enanos y discapacitados físicos o mentales. Su tercer film, Loco por Mary, los consagró a nivel mundial y se convirtió en una desopilante oda a la incorrección política, además de una influencia para comedias venideras (la saga de American Pie, especialmente). Sus siguientes películas fueron menos guarras y más románticas —Amor Ciego, por ejemplo—, y si bien son buenas, ninguna superó a aquella joyita con Ben Stiller y Cameron Díaz.

Pase Libre tampoco logra estar siguiera a la altura de Loco por Mary, pero es una muestra de que los Farrelly volvieron al terreno de las guarangadas cinematográficas.

Rick (Owen Wilson) no deja de mirar mujeres. El problema es que está casado y tiene dos hijos. Harta de la situación, la esposa (Jena Fischer) decide darle un pase libre. ¿Lo qué? Una semana para que Rick pueda sacarse las ganas de acostarse con quien se le antoje y así darle aire nuevo al matrimonio. Pero el bueno de Rick no estará sólo: Fred (Jason Sudeikis), un viejo amigo con sus propios problemas conyugales, recibirá otro pase libre. Ambos retomarán sus andanzas de juventud descontrolada, a pura noche, alcohol, drogas y, sobre todo, sexo. Pero descubrirán que no resultará fácil recuperar aquellas costumbres.

Como decíamos, en esta película los Farrelly retoman los elementos escatológicos y atrevidos por los que se hicieron famosos. Para que se den una idea, hay planos de penes (el pene de un negro, exactamente, lo que reafirma el archiconocido mito de los negros) y un repugnante “estornudo”.

Pero más allá de las simpáticas asquerosidades, la historia es acerca de cómo las personas, una vez que llegan a una etapa de estructura social y familiar —lo que suele llevar a la rutina y el aburguesamiento— extrañan épocas más alocadas e impredecibles. Pero también muestra que, llegada a determinada edad, uno descubre que no está para ciertos trotes, que es difícil comportarse como un muchacho de veinte a los cuarenta años, que no hay con qué darle a la madurez. Una secuencia que ilustra esto a la perfección se da cuando los protagonistas van a hacer la previa a un restaurant, y al terminan de comer, quedan tan llenos que prefieren irse a acostar.

Owen Wilson es el actor perfecto para el papel de Rick: el tipo muere por revolcarse con otras mujeres, pero también es un hombre sensible y medido. Un rol que parece reflejar la vida real del comediante de la nariz torcida, ya que de tiempos oscuros pasó a formar una familia. Jason Sudeikis se complementa muy bien con Wilson: su Fred es impulsivo, más decididamente sexópata, y sus arrebatos lo llevarán a pasar momentos terribles para él... pero graciosos para el público. Tampoco se quedan atrás los amigos freaks del dúo, sobre todo Gary, interpretado por el inglés Stephen Merchant (actor y productor de la versión británica de la serie The Office). Christina Applegate, quien encarna de la esposa de Fred, sigue demostrando que nació para hacer comedia. Nicky Whelan es Leigh, la cafetera de la zona y objeto de deseo de Rick. Pero quien se roba sus escenas las pocas veces en las que aparece es Richard Jenkins. El actor nominado al Oscar por Visita Inesperada hace de Coakley, un señor mayor de hábitos nocturnos (un viejo fiestero, bah), que lo sabe todo sobre mujeres y no dudará en aconsejar a Rick y a Fred.

Sin ser genial, Pase Libre les alegrará el momento y los llevará a pensar en aquellos años de locura in(sana) junto a vuestros amigos y amantes.

Ahora, a esperar el próximo proyecto de los Farrelly: la demorada película de Los Tres Chiflados.