Partir

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

Cuando lo social quita lo valiente

Triángulo amoroso entre frío profesional que piensa sólo en su cuenta bancaria y se violenta con su mujer; ama de casa que se siente asfixiada y desea tener una vida independiente; y extranjero que trabaja de albañil, tiene un pasado carcelario y resulta una bestia sexual que hace gozar a la doña reprimida. Usted creerá que el crítico ha tomado una cucharada grande de cinismo y etiqueta la película así, en tres frases simplistas y reduccionistas. Un poco sí y otro poco no: porque es la directora Catherine Corsini quien se encarga de armar una historia así, puro cliché, que si bien se sostiene a partir de un clasicismo a rabiar y un seguimiento férreo del punto de vista de la protagonista, le adosa al relato una serie de elementos descontextualizados y que llevan la película para el lado del patetismo, como por ejemplo poner a la mujer a vender un reloj en una estación de servicio para ganarse unos pesos.

Antes de castigar a Partir, rescatemos el par de cosas buenas que tiene. Como decíamos, el film -que no pasa de los 90 minutos- es clásico en lo narrativo y claro en su exposición de la burguesía de provincias en Francia, un poco a la manera de Chabrol, donde lo policial emerge progresivamente. Tal vez la decisión de empezar con el final le quita algo de nervio al relato, pero hasta en eso es evidente Corsini: no cree en jugar al falso suspenso, sino en graduar la tensión del vínculo entre Suzanne (Kristin Scott Thomas) y su marido Samuel (Yvan Attal) hasta el límite para comprender la decisión que toma la mujer. De hecho, esto se vincula con el otro acierto, que es cómo el punto de vista se sostiene siempre en ella: esto es explícito en las escenas de sexo donde el plano siempre descubre el placer de ella. Y en sus decisiones el film no la justifica, pero la comprende: no juzga, no señala.

Y para que esa escapada que emprende Suzanne en brazos del albañil catalán Iván (Sergi López), a pesar de todos los lugares comunes que la contienen, resulte creíble, tenemos que contar con dos intérpretes de excepción como Scott Thomas y López. Si bien ambos parecen repetirse en sus papeles (¿hasta cuándo López será ese extranjero proletario con ganas de coger en todo momento del día?) siempre parecen encontrarle nuevos escondrijos a esos personajes entre frustrados y fatalistas. Scott Thomas con un cambio en la mirada pasa de la adolescente caliente que escapa con Iván a la mujer torturada y aburrida de la vida que lleva con Samuel. Ella es la película.

Pero hasta ahí llegan los logros de Partir, porque -valga la redundancia- a partir del giro definitivo por el que Suzanne no volverá con Samuel, la directora y coguionista Corsini elegirá los caminos menos ideales para su película. Si Partir venía siendo Chabrol, donde lo social yace como subtexto y lo que siempre está en primer plano es el cuento, de repente se convierte en Dardenne, donde lo social toma preponderancia pero ya sin la posibilidad de la sutileza de los hermanos belga y sí con los explícitos modos del cine de género. Porque Samuel hará tronar el escarmiento y, ante la huída de su esposa, pondrá en funcionamiento sus vínculos con el poder para lenta y progresivamente irle cerrando los caminos a la feliz pareja. La forma en que lo hace Corsini, con un trazo grueso poco digno resumido en frases demasiado explícitas y en situaciones burdas -lo anteriormente apuntado de la venta del reloj-, convierte a la película en algo alejado de la inteligencia.

Es esa necesidad de la directora por suscribir su película a un cine que dice algo importante sobre el mundo, cuando ya nos habíamos dado cuenta de antemano, da por tierra con los potenciales aciertos de un film que en su primera parte nos había mostrado acertadamente un universo placentero, pero potencialmente peligroso. Ese universo reservado sólo para los que pertenecen, donde esos otros (y si Iván es catalán, no podemos obviar que Suzanne es una inglesa convertida en francesa) están condenados a jugar un rol de peones funcionales al sistema. Y pienso en el cine rumano del último lustro, ese que sabe imbricar el drama social con el cine de género sin que una cosa tape a la otra, y pienso por ejemplo en Francesca, vista en el último BAFICI como un ejemplo que Partir no toma. Como decíamos, todo lo que dice Corsini está bien, pero precisábamos una voz menos gritona y una directora menos horrorizada que pudiera contar sin que el noticiero de la tele se le intrometiera en su reconstrucción de los hechos.