Paraíso

Crítica de Eduardo Elechiguerra Rodríguez - A Sala Llena

¿Acaso Dios sea ruso? Esto parece plantear Paraíso (Rai, 2016), la última película de AndreiAndrei Konchalovsky, desde una perspectiva sosegada de la Segunda Guerra Mundial. Tres personajes narran su punto de vista del estallido vivido entre los años bélicos.

“Me odio cuando temo”.

Así se confiesa Olga (Yuliya Vysotkaya) en este plano medio fijo que, entre una fotografía de grises pálidos, nos va mostrando su desesperación. Olga, aristócrata rusa perteneciente a la Resistencia Francesa, cuenta su sobrevivencia y sus vínculos con Jules, un colaborador francés, y con Helmut, un oficial de alto rango de la SS. De alguna manera, ella tienta a estos personajes, se enamoran cuando se cruzan en distintos momentos de su vida. Ahora, el verdadero pivote de Olga -y, en realidad, de la película-, es el cuestionamiento de la propia identidad nacionalista de ellos tres.

A través del filme, que se desencaja e interrumpe las narraciones, Konchalovsky golpea con frecuencia el discurso de las tres voces. ¿Desde dónde narran? La fotografía rigidiza sus gestos. Pareciera que hablan desde una cárcel. Visten ropas de tonos claros. Se confiesan, se cuestionan. ¿La cárcel del alma? Está la sugerencia evidente de que hablan desde el paraíso. Si es así, no es el paraíso engañoso del superhombre que pretende ser Helmut, sino desde la mujer religiosa que es Olga.

“¿Quién le escribe a una mujer que no responde?”.

El filme -ganador del León de Plata a Mejor Director en la edición del año pasado en Venecia y Mejor Guión en el Festival de Mar del Plata-, es una carta a tres voces, más que sobre la guerra, sobre la identidad. Se podría pensar que hay una predilección a la visión rusa porque santifica a Olga, una suerte de ángel que entrama vínculos a través del sufrimiento que vive. Si la película falla, es más porque ésta subraya la inocencia de Olga y olvida los matices que había mostrado antes. Emigrar no despoja a los personajes de lo que fueron. Más bien reafirma lo que son ahora que hablan desde este limbo.

Queda preguntarse, y no por relativizar, cuál país sale mejor parado si consideramos aquellos tiempos y éstos. La profundidad del alma rusa permanece plena en la película cuando Helmut menciona sus lecturas desesperadas y discusiones con sus camaradas, además de los intentos de Olga por salvar a los dos niños que rescató. Ahora, ¿nos salva la literatura o nuestras acciones? Es aquí donde el filme no opta por las medias tintas. La identidad se forma por las acciones y no sólo por las lecturas.