Papirosen

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Los excéntricos Solnicki

En los últimos años arreciaron películas construídas total o parcialmente con videos familares, found-footage y otros materiales caseros. Surgió así -como bien apuntó el catálogo del BAFICI 2012- una suerte de moda bastante facilista (reeditar esas imágenes y, muchas veces con el agregado de una voz en off, darle algún sentido y coherencia narrativa).

No era fácil, por lo tanto, para Gastón Solnicki -luego de su exitoso debut con Süden (que se reestrena en el CCGSM)- hacer algo superador. El director decidió arriesgarse aún más: nada de aditamentos, de refuerzos, de subrayados, de explicaciones, de informaciones. Sólo imágenes ¿Para qué más? Si los "excéntricos" Solnicki no requieren más que de un observador agudo, inteligente, atento, para descubrir la dinámica, las contradicciones, los momentos alegres, tristes y tragicómicos de la familia.

El propio Solnicki (quien, salvo en un par de pasajes en que su madre lo alude, optó por mantenerse "invisible") filmó a sus familiares durante una década, siguiendo a los distintos personajes (desde el histriónico Víctor que lidera este verdadero clan hasta el nacimiento de su sobrino Mateo).

Hay -según se lo analice- algo de impunidad, manipulación, impudicia, visceralidad y valentía en la exposición que Solnicki hace de la intimidad de sus seres queridos, a quienes muestra en sus facetas queribles, pero también en los pasajes más ridículos, casi patéticos, generando a veces una sensación de incomodidad en el espectador (voyeur).

Si bien por momentos a Solnicki le cuesta encontrar un eje claro (no es fácil condensar la historia de una familia en apenas 74 minutos) y la narración se dispersa un poco entre viajes, reproches cruzados y (des)encuentros, Papirosen (una suerte de Tarnation local) regala momentos de gran intensidad y -a pesar de haber usado una camarita digital como todo equipamiento- también de gran cine. Ganadora de la Competencia Argentina del BAFICI 2012.

Solnicki sobre el film: Un amigo me dijo que había hecho una película exorcista, que el cine puede despertar a los fantásmas y reavivar procesos vitales y que después de haber terminado Papirosen estaba listo para hacer una película normal. Realizarla fue quizas la experiencia más compleja de mi vida. Filmar a mi familia durante una década, vincularme con ellos a través de una cámara llegó a ser de a momentos bastante esquizofrénico y muy difícil tanto para ellos como para mí. Lo cierto es que hoy siento que todos pasamos por un buen momento en nuestras vidas personales y grupales, a pesar de los traumas, y de alguna manera no puedo evitar relacionar este pasar con la experiencia de Papirosen. Al igual que en Süden, mi película anterior, el proceso no comenzó con un guión o una idea clara preconcebida, sino que ambas fueron escritas en la mesa de montaje junto con mi querida colega Andrea Kleinman, indiscutiblemente coautora de ambos films. Si bien tienen mucho en común formalmente, Papirosen es más ambiciosa; un mosaico que se propone reflejar ciertas dinámicas familiares en cuatro generaciones, dialogando con una antigua tradición endogámica. Alrededor de 60 años de material condensados en 74 minutos de duración. Son películas muy díficiles de financiar porque ambas responden a un impulso, y cuando quiero salir a pedir ayuda ya suele ser tarde. Es común que cuando uno busca productores o agentes, te digan que aún está verde, que quieren ver más antes de involucrarse y luego la misma gente cuando te cruza más cerca del final te dice que es tarde. La financié yo, como pude. Practicamente el único costo real (salvo mis equipos y trabajo) fue la posproducción, el trabajo de mis colegas.