Panash

Crítica de Gustavo Castagna - A Sala Llena

A fines de los 80 el inquieto, desparejo y por momentos genial director ítaloamericano Abel Ferrara emprendió su tercer largometraje, China Girl, que por acá no pasó por los cines y sí por el VHS de la época con el rimbombante título de Suburbios de muerte. Allí, entre Montescos y Capuletos del Bronx, se enfrentaban a muerte chinos e italianos como historia periférica a la central: una imposible relación romántica entre una chica asiática y un heredero de Tony Manero, ahora no con música disco pero sí con acordes procedentes de sucedáneos de Prince y Michael Jackson. Esta gran película de Ferrara corroboraba las libertades que se puede tomar el cine al reconstruir a Shakespeare en calles mojadas, banda de sonido MTV de aquel tiempo, musculosas, camperas de cuero y violencia física y sanguínea.

Semejante introducción acaso sirva para justificar la existencia de Panash, vehículo vernáculo en imágenes registrado en Fuerte Apache con referentes protagónicos del rap, trap y freestyle. La apuesta de Christoph Behl desde la dirección jamás esconde sus intenciones: construir una distopía del suburbio acorde a la música, como una especie de Amor sin barreras conurbano, donde puede erigirse una historia de amor que tiene como contexto un paisaje devastado y a punto de estallar. En ese punto, son tres los personajes centrales: el recién llegado a ese espacio (Isi), el líder de la banda (Ciro) y la chica entre ambos, la contundente Panash. Entre letras que se escriben y cantan, declaraciones de amor, alguna escena de violencia callejera, planos de efímera duración (de génesis videoclipero ya fagocitado por la televisión de las últimas décadas) y conversaciones nocturnas iluminadas como un decorado que dignifica el artificio, la hora y media de Panash complacerá a fanáticos y seguidores de los ítems descriptos anteriormente.

Por este lado, y con el temor de que se produjera cierta desestabilización en mi sistema auditivo, banqué hasta el final la parada que, eso sí, se ve sin inconveniente como material didáctico y actual de un sector, digamos, social y musical de estos días.

Igualmente planteo un par de sugerencias –entremezcladas con ciertas sospechas– en relación a un producto en imágenes como el representa Panash.

Más que nada cuando se recuerda el éxito y la repercusión, hace casi un cuarto de siglo, de Pizza, birra, faso y otros referentes sociales que impactaron en aquel espectador. Y que más tarde seguiría con los films de José Campusano (Vikingo, Fango, Fantasmas de la ruta), con series como Tumberos y Okupas y, en los últimos años, El marginal y Un gallo para Esculapio, entre tantos materiales parecidos.

Cabe preguntarse, por lo tanto, si aquello tan original de un tiempo lejano o no tanto ahora se legitima a través de un producto como el de Panash, acaso tan directo y sorpresivo, como también, efímero y de cortísima vida y fecha de vencimiento a breve plazo.