Oz: el poderoso

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Lo que había antes del arco iris

El director de “El Hombre Araña” hace la precuela de “El Mago de Oz” con algo de homenaje y cataratas de artificio.

Disney asumió un reto mayúsculo con Oz, El Poderoso. Porque tomar un clásico de clásicos como El Mago de Oz y crearle una precuela en la que explique el origen del Mago no le garantizaba nada más que riesgos. En vez de renovarle la confianza a Tim Burton -si a una película se parece Oz, El Poderoso es a la adaptación de Alicia en el País de las Maravillas que estrenó hace exactos tres años para la compañía de Mickey-, contrató a Sam Raimi, que se llevó con él, de la franquicia de El Hombre Araña, a James Franco. Y las brujas son tres estrellas de Hollywood, como Michelle Williams, Mila Kunis y Rachel Weisz.

El comienzo es verdaderamente alentador. Raimi presenta a Oscar Diggs, un mago de circo ambulante de trucos de poca monta, en Kansas por 1905, y lo hace en el viejo formato de 1:33 del cine (pantalla cuasi cuadrada) y en blanco y negro. Si el director de Evil Dead quiso homenajear al Hollywood de antaño, vaya que lo logra. La magia del encuadre, el blanco y negro y la utilización del 3D, curiosamente, se reduce cuando la pantalla se expande y Oscar ingresa tras ser llevado por un tornado al mágico mundo de Oz, donde allí todo parece en technicolor.

La historia, entonces, pega el giro: es la de un hombre que está acostumbrado a embaucar, y que cuando le piden que lo haga, no sabe cómo hacerlo. Porque todos, comenzando por Theodora (Kunis), la bruja que lo encuentra y cree ver en el mago de sobretodo, sombrero y maletín al salvador de Oz de los efectos de la Malvada Bruja. Su hermana, Evanora (Weisz) no está cuidándole el trono como parece, sino que guarda un secreto, culpando a Glinda, la Bruja Buena (Williams) de ser la malvada.

La película tiene tres partes bien diferenciadas. La primera -y mejor-, rodada en blanco y negro. Luego sigue algo así como una transición un tanto extensa, hasta llegar a los momentos del desenlace, con más efectos y donde el público infantil -que se pegará alguno que otro susto con apariciones sorpresivas en pantalla- la pasará mejor.

Oz, El Poderoso luce -premeditadamente- fingido, como si el mundo de ilusión se apoderase de todo (el Palacio Esmeralda, los caminos, y también los personajes). Raimi, que ha sabido coquetear con humor, otras veces, las situaciones más inverosímiles de sus relatos, pareciera no definir si quiere hacer -bien- un artificio esplendoroso. Porque todo lo que se ve es ciertamente alucinante, vistoso, magnífico, pero tanta ficción no permite zambullirse de lleno en la historia. ¿O es que la historia es humilde y el envoltorio se come a la película?

O los árboles de Oz no permiten ver el bosque, o hay tanto bosque que no se distingue el corazón, las entrañas de la película.