Oz: el poderoso

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Tras una inspirada secuencia de títulos que logra un efecto entre artesanal y vintage, Oz, el poderoso regala una introducción extraordinaria: con una "anticuada" pantalla casi cuadrada y en blanco y negro se nos presenta a Oscar Diggs (el siempre ampuloso James Franco), un mago de poca monta que trabaja en un patético circo ambulante en la Kansas de 1905. Cínico, mujeriego y ambicioso, más que ilusionista o prestidigitador resulta un verdadero farsante que se termina escapando en globo ante la ira de otros miembros de la compañía y del público. Pero el vuelo no durará mucho, ya que se topa con un tornado y, de allí, a la mismísima -y ya colorida- Tierra de Oz, fotografiada con toda la amplitud de la Panavision widescreen.

Concebida como una precuela del clásico de clásicos El mago de Oz (1939) y, al mismo tiempo, como una continuación del espíritu que Disney le imprimió a la reciente y exitosa recuperación de Alicia en el País de las Maravillas , Oz, el poderoso ofrece un inobjetable despliegue visual (el director Sam Raimi hace un inteligente uso de las imágenes estereoscópicas que se disfrutarán en las salas 3D), pero esos logros iniciales se van perdiendo a medida que la historia avanza y la narración se frena, se dilata y se entorpece (hacia el final el relato recobra algo de vida, fluidez e interés).

Si la película no es todo lo eficaz que podía esperarse no es por falta de personajes ni de intérpretes de primera línea. En su periplo hacia Emerald City lleno de situaciones fantásticas Oscar se topará con brujas buenas (la rubia Michelle Williams) y malas (las morochas Mila Kunis y Rachel Weisz), y contará con aliados y compañeros de aventuras varios, que van desde una muñeca de porcelana hasta un mono.

Película de aventuras sobre el descubrimiento y la redención (una suerte de doble viaje interior y exterior), Oz, el poderoso perderá y mucho si se la compara con aquella inolvidable y amada gema dirigida por Victor Fleming y encabezada por Judy Garland. Como producto de consumo familiar, sin llegar a las cimas del cine contemporáneo y aun con sus apuntados desniveles, resulta un entretenimiento más que atendible.