Ouija: el origen del mal

Crítica de Emiliano Fernández - CineFreaks

Falsos profetas de la regresión

Cuando se anunció que Mike Flanagan, uno de los realizadores de terror más interesantes de la actualidad, iba a encargarse de la continuación de la floja Ouija (2014), las alarmas de los amantes del género sonaron porque era un proyecto ajeno y para colmo producido por Michael Bay. Aún así, había un cierto margen para la esperanza debido a la naturaleza del film, el ser una precuela, lo que siempre en el ámbito del horror abre la puerta para despegarse del original y -en mayor o menor medida- hacer algo distinto. El resultado es una propuesta sumamente digna que le escapa a los ardides agotados de los slashers adolescentes tracción a ocultismo, jugándose en cambio por un suspenso clasicista que retoma la marca registrada más importante del director, léase los relatos de reconstitución familiar luego del fallecimiento o la desaparición súbita de uno de los integrantes del clan.

La epopeya en sí no sólo supera con creces a la anterior sino que además no se aparta de la trayectoria meticulosa y porfiada de Flanagan, quien definitivamente está decidido a restituir esa integridad dramática que el terror mainstream perdió a fuerza de inundarnos con remakes, secuelas innecesarias y esquemas como el found footage que en innumerables ocasiones los popes de los estudios no han sabido aprovechar. Conviene aclarar desde el vamos que Ouija: El Origen del Mal (Ouija: Origin of Evil, 2016) se ubica unos peldaños debajo de Hush (2016) y Somnia: Antes de Despertar (Before I Wake, 2016), las otras dos películas que el cineasta entregó en un año muy fértil; esta última -a su vez- fue el cierre de una trilogía compuesta por las también cautivantes Ausencia (Absentia, 2011) y Oculus (2013), todas variaciones del mito del monstruo antropófago que rompe la unidad familiar.

El guión del propio Flanagan y Jeff Howard, un colaborador habitual del señor, apenas si nos presenta a cinco personajes en toda la bendita realización, siendo los excluyentes los miembros femeninos de un linaje con una profesión un tanto particular: luego de la muerte de su esposo en un accidente de tráfico, la médium Alice Zander (Elizabeth Reaser) debe criar a sus dos hijas Paulina (Annalise Basso) y Doris (Lulu Wilson) con el dinero que deja una serie de sesiones espiritistas simuladas ante clientes que desean comunicarse con sus seres queridos en el más allá. Por supuesto que eventualmente la mujer incorpora una tabla ouija al acto y así el núcleo del engaño se convierte en realidad, circunstancia que deriva en una situación de peligro para la pequeña Doris, la única con la capacidad de escuchar a sus “amigos” espectrales. A la par tenemos a Mikey (Parker Mack), el interés romántico de Paulina, y al Padre Tom (Henry Thomas), la autoridad máxima del colegio de las jóvenes.

Como era de esperar, Flanagan evita continuamente los facilismos narrativos y los jump scares cronometrados y pueriles, siempre a base de estruendos, porque su brújula apunta hacia el corazón y la legitimación sensata de los vínculos entre las protagonistas y un entorno malévolo que no avanza a pasos agigantados ni mucho menos (es decir, la trama en general se toma su tiempo para especificar las prioridades de cada personaje y su punto de vista acerca de lo acontecido). El hecho de que la acción transcurra en 1967 le permite al equipo técnico lucirse mediante una hermosa reconstrucción de época que incluye a la fotografía de Michael Fimognari, con el acento puesto en reproducir la gama de colores de las películas de horror de las décadas del 60 y 70. Basso, a quien ya vimos en Oculus y en la maravillosa Capitán Fantástico (Captain Fantastic, 2016), se roba las mejores escenas de esta eficaz odisea hogareña sobre la necromancia y todos esos profetas de la regresión…