Orquesta El Tambo

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Los filmes tienen la posibilidad de recuperar espacios y momentos que no vuelven. Lo efímero del arduo trabajo y acompañamiento de un grupo de jóvenes y su acercamiento a la música como parte de un todo necesitaba que se lo lleve a la pantalla en forma de película para que justamente, todo el esfuerzo, se entienda.
Cuando un proyecto colectivo como el de “Orquesta El Tambo. La música en buenas manos” (Argentina, 2014) que más allá de la bandera política con la que surgió y en el lugar que lo hizo, se hace carne en jóvenes que se acercan a la música desde un lugar integrador, al que de otra manera no tenían acceso, es cuando ese registro tiene que trascender de alguna manera.
Quizás así lo habrán pensado los realizadores de Líber José Menghini y Jorge Menghini Meny, quienes se meten de lleno en el universo de la orquesta para hablar, además, de su funcionamiento como espacio creativo que vincula a los más jóvenes hacia la potenciación de experiencias y la creación de expectativas.
La orquesta en cuestión fue la primera agrupación musical de un programa de fortalecimiento estatal que buscaba configurar orquestas infantiles en sitios donde los niños no tenían acceso al aprendizaje musical.
La tarea no sólo incluía el “enseñar” a tocar los instrumentos, sino que, además, posibilitaba la interacción con orquestas de otros lugares, países y la participación de las mismas en muestras y conciertos. También el programa fue el encargado de proveer de instrumentos a los jóvenes.
Bajo la dirección de Carlos Álvarez, quien refuerza el trabajo acompañando durante todo momento a los jóvenes, porque sabe que está ofreciendo su valor agregado, este grupo creció de una manera increíble, y ese crecimiento es el que se ve en pantalla, porque los directores se dedican a reflejar con naturalidad y honestidad, aquella tarea que en solitario y tímidamente, terminó por configurar uno de los grupos más importantes del programa anteriormente mencionado.
La narración va recorriendo el camino de alguno de los miembros, con sus miedos, con sus idas y venidas, pero con la convicción que su participación en la orquesta les posibilitará acceder a un lugar que tal vez nunca habían pensado.
Menghini y Menghini Meny mezclan la entrevista con el registro directo de las actuaciones, bucean en los ensayos a la espera de algún indicio que dispare luz sobre el enganche de los jóvenes con su grupo y con la música.
En un momento una de los miembros dice “ahora escucho música clásica”, y en esa afirmación al pasar, en ese decir algo que en ella cambió, independientemente que luego la música sea más afín al folklore latinoamericano que a otra cosa, y que como también dice alguien al comienzo “surgimos de una necesidad de tierras para terminar por cubrir otras”, porque en esa historia que se relata, también se habla del desarraigo, de la lucha por el progreso, de los padres que han dejado todo para que esos jóvenes hoy puedan dar un concierto y a partir de allí sueñen con un futuro posible, no tan lejano y esperanzador.