Operación Red Sparrow

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

FRÍAS SUPERFICIES

Dentro del espectro hollywoodense, Operación Red Sparrow no deja de ser un experimento raro y con un horizonte de espectador difuso. Eso no significa que esta nueva reunión entre Jennifer Lawrence y el director Francis Lawrence (que ya habían trabajado juntos en tres entregas de Los Juegos del Hambre) no posea sus dosis de cálculo. Es ahí precisamente donde el film establece una lucha interna, entre los riesgos sinceros que corre y la búsqueda demasiado automatizada de provocación.

El relato, basado en una novela de Jason Matthews, plantea una actualización del género de espías, centrándose en Dominika Egorova (Lawrence), quien luego de una lesión que acaba con su incipiente carrera como bailarina, es reclutada para integrar la Escuela Sparrow, una especie de división secreta del Servicio de Inteligencia de Rusia cuyos integrantes usan sus cuerpos como armas físicas y psicológicas. En su primera misión, le encomiendan seducir a un agente de la CIA (Joel Edgerton) para poder develar la identidad de un traidor que está pasando información sumamente relevante, lo que la llevará a ingresar en un entramado de mentiras y traiciones que no solo pondrán su vida en peligro, sino también la seguridad de las naciones involucradas.

Este argumento sirve como excusa para que el film funcione como una especie de reversión temática en clave espionaje de lo aportado por la dupla Lawrence en la saga de Los Juegos del Hambre. Esto es, una reflexión continua sobre el artificio, las construcciones de imaginarios, las máscaras, las apariencias y las significaciones de los cuerpos, algo que la actriz ha seguido trabajando en otras películas de su carrera. De hecho, sus papeles en Joy: el nombre del éxito, Escándalo americano o El lado luminoso de la vida (por nombrar solo algunos título) no solo parecen ser operaciones actorales para avalar posiciones y acciones femeninas, sino también construcciones y deconstrucciones simultáneas de su propia iconicidad, de su estatus como estrella global.

Claro que en la franquicia de Los Juegos del Hambre como en los otros films mencionados, en muchos pasajes terminaba pesando más lo simbólico e icónico que los conflictos desplegados, con la figura de Lawrence absorbiendo toda la atención hasta anular todos los demás elementos, y en Operación Red Sparrow sucede algo parecido. La película aborda múltiples superficies genéricas hasta convertirse en un cambalache lustroso aunque también atrayente: está la trama de espías, pero también el romance que roza lo trágico, el thriller erótico, el drama materno-filial, los lazos familiares retorcidos, la visión cínica sobre las confrontaciones geo-políticas y lo femenino inserto dentro de reglas machistas, todo atravesado por una puesta en escena que no teme apretar bastante el acelerador con su despliegue de desnudos frontales y secuencias de marcada violencia. De hecho, la historia se configura como un tratado sobre el cuerpo femenino como objeto de deseo y mercancía que es definitivamente inusual dentro del ámbito mainstream. Sin embargo, rara vez llega a importar de manera cabal lo que le sucede a Dominika y los obstáculos (físicos, laborales, amorosos, identitarios, familiares) que enfrenta. Eso quizás se deba a que la narración no llega a encontrar un tono unificador, alternando entre la mirada irónica sobre los juegos de poder que Dominika monta con otros personajes y la solemnidad de muchos climas.

En Operación Red Sparrow –que asevera bastante explícitamente que la Guerra Fría no terminó y continúa por otras vías- conviven mecanismos cuasi paródicos emparentados con el cine de Paul Verhoeven con la seriedad impostada de la actualidad. Si el cineasta holandés en Elle: abuso y seducción era capaz de decirnos desde una sutil brutalidad y un humor oscuro que las mujeres pueden ser perfectamente autónomas, y por ende cometer actos terribles sin ninguna clase de culpa, el director que es Lawrence carece de esa sofisticación, es al final de cuentas bastante culposo y por eso necesita remarcar su discurso. Y claro, apoyarse en el carisma de la actriz que es Lawrence, que aún con su cuerpo totalmente desnudo y expuesto sigue siendo un dilema difícil de dilucidar. Operación Red Sparrow, su multitud de capas, giros y máscaras, termina padeciendo los mismos problemas que su protagonista: su identidad es difusa y su apariencia algo fría, con lo que termina siendo un objeto tan atractivo como distante.