Operación Red Sparrow

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Manipulación y secretos de alcoba

Luego de finiquitar su participación como director en los últimos eslabones de la franquicia de Los Juegos del Hambre (The Hunger Games), Francis Lawrence retoma su senda variopinta de siempre, esa que en el pasado lo llevó a encarar proyectos tan disímiles como Soy Leyenda (I Am Legend, 2007) y Agua para Elefantes (Water for Elephants, 2011) y que ahora lo pone al frente de un muy buen thriller de espionaje con algunos toques de erotismo y romance hollywoodense old school. De hecho, Operación Red Sparrow (Red Sparrow, 2018) esquiva el facilismo narrativo canchero y la catarata de secuencias de acción de la enorme mayoría de las realizaciones semejantes de nuestros días para abrazar en cambio un devenir meticuloso -y bastante bien administrado, por cierto- basado fundamentalmente en el desarrollo de personajes y sobre todo en la gran presencia escénica de Jennifer Lawrence.

El film gira precisamente en torno al derrotero que atraviesa la pobre Dominika Egorova (Lawrence), una bailarina del Bolshói que ve trunca su carrera cuando su compañero de danza le quiebra un tobillo. Enterada de una confabulación por parte del susodicho y su reemplazante, gracias al dato que le pasa su tío Vanya Egorov (Matthias Schoenaerts), nada menos que uno de los jerarcas del servicio secreto de la “madre patria”, Dominika muele a golpes a la parejita responsable de destruir su futuro en el ballet. Frente a la necesidad de conservar la casa familiar y la atención médica para su progenitora enferma, Nina (Joely Richardson), ambas provistas por el Bolshói, Vanya la convence de llevar a cabo una misión que deriva en un asesinato de alto perfil y en el pronto reclutamiento de la chica por parte del estado ruso para utilizar su cuerpo e intelecto a la par en operaciones encubiertas.

Su primera tarea es acercarse a Nate Nash (Joel Edgerton), un agente de la CIA que estuvo trabajando durante años con un topo en Moscú y que eventualmente tuvo que salir del país al desenmascararse a sí mismo cuando confundió a unos policías con agentes del servicio secreto, lo que lo hizo huir hacia la embajada norteamericana. Emplazado en Budapest para retomar contacto con su informante, el hombre y Dominika comienzan una relación en la que los puntos en común serán más numerosos que las discrepancias y la atracción física probará ser un lazo para garantizar un “mutuo beneficio”. A pesar de que a priori la obra parece estar volcada al tópico de las asesinas gélidas y maquinales símil Nikita (1990), el neoclásico de Luc Besson, y la reciente La Villana (Ak-Nyeo, 2017), aquella pequeña maravilla de Jung Byung-gil, la verdad es que la historia es mucho más sutil porque privilegia los secretos de alcoba, la manipulación y las dobles intenciones ocultas a nivel de la progresión de una trama en la que el sexo es tanto sinónimo de sometimiento vinculado a la prostitución lisa y llana como un ardid para controlar a la contraparte desviando el foco de atención del objetivo de fondo, asimismo -casi siempre inevitablemente- quedando al descubierto y transformándose en la presa de un tercero que pretende sacar rédito también.

Aquí el director, a partir de un guión de Justin Haythe sobre una novela original de Jason Matthews, construye un relato pausado y algo esquemático pero que jamás aburre, manejando con inteligencia la tensión y en ocasiones colocando en primer plano unos chispazos de violencia hardcore que le hacen muy bien a la experiencia en su conjunto. Desde ya que el film no brilla por su originalidad y tampoco aprovecha del todo la generosa anatomía de la protagonista, sin embargo resulta innegable que Operación Red Sparrow cuenta con un elenco fantástico (que incluye además a Charlotte Rampling, Mary-Louise Parker, Ciarán Hinds, Jeremy Irons y Bill Camp) y en términos generales funciona como un soplo de aire fresco para aquellos que creemos que bodrios como Atómica (Atomic Blonde, 2017) o Kingsman: El Círculo Dorado (Kingsman: The Golden Circle, 2017) responden al arquetipo más superficial del cine de espionaje, con sus “sicarios automáticos” y extra cool, por lo que debemos celebrar una creación como la presente que pone el énfasis en el peligro latente del horror estatal y sus personeros y burócratas ventajistas de turno, una estirpe que se mueve como una oligarquía tétrica para la cual sólo importan las apariencias y el poder acumulado a la fecha, con la familia convertida en carne de cañón lista para el sacrificio…