Operación monumento

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

En busca de los robos del nazismo

Con una historia poco conocida de la Segunda Guerra Mundial, George Clooney se ubicó atrás y adelante de las cámaras para su quinto opus, donde sumó a Bill Murray, Matt Damon, John Goodman y Jean Dujardin.

Clooney director sigue apostando por una narración clásica, con personajes arquetípicos e historias que se ubican en una zona de interés popular, sin caer en complejidades temáticas ni virtuosismos en la planificación formal.
Clooney cineasta, sin ser nada original, fue construyendo una aceptable carrera detrás de cámara con Confesiones de una mente peligrosa, Secretos de estado, Jugando sucio y Buenas noches y buena suerte, hasta ahora su mejor film. Pero con el quinto opus da la impresión que Clooney nunca vio una película donde se mixturan los géneros (bélico más aventuras), se trate de un pasado bastante lejano o de un ejemplo más reciente.
Tal vez sea demasiado pedirle a Clooney director que conozca algunos títulos de los años '60 y '70 donde la Segunda Guerra Mundial actúa como paisaje de un pelotón de soldados protagonistas (Doce del patíbulo; El botín de los valientes), pero sí, por ejemplo, que trate de acercarse al mejor film hasta hoy de Tarantino (Bastardos sin gloria) y a uno de los grandes títulos de Eastwood como director (Jinetes del espacio). La cita al eterno Clint no es casual, porque Operación Monumento empieza con el reclutamiento de un grupo de especialistas en el mundo del arte, misión a cargo del personaje de Clooney, quienes deberán rescatar obras pictóricas robadas por los nazis.
El pelotón, heterogéneo en lo singular pero sin demasiados matices, está integrado por estadoudinenses y dos europeos, uno francés y otro inglés. La ubicación temporal se presenta a pocos días del desembarco en Normandía y las obras a re-hurtar tienen nombres de prestigio como los de Vermeer, Rembrandt o Da Vinci. Una mujer (Cate Blanchett), metida en una parafernalia nazi en retirada, será el nexo ideal para que el grupo comandado por Clooney cumpla su cometido.
Semejante aventura fílmica, basada en hechos reales, requería de una dosis de emoción y empatía con los personajes que la película aporta en mínimas dosis. Los integrantes del escuadrón, prestos al acto heroico, se dedican a contar algún hecho del pasado o a plantear una serie de interrogantes sobre el trabajo asignado, en lugar de convertirse en héroes del género como a gritos pedía la trama del film. Ocurre que Clooney confía más en las palabras que en las acciones, equívoco grosero para esta clase de películas donde el cuerpo y las relaciones internas del grupo importan más que la duda o certeza por cumplir los objetivos. Alguna ironía bien resuelta, algún gesto de Bill Murray, una muerte de cierta heroicidad y acotados minutos de tensión no son suficientes para salvar una película mediocre, una auténtica anti-aventura bélica donde es fácil adivinar quienes vivirán y morirán una vez terminada la misión.