Ónix

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Un noble retrato de reencuentro familiar y recuperación de la amistad en medio del dolor en el fin de la adolescencia y la inminencia de la adultez.

Martina (Naiara Awada) es una adolescente que viaja con su madre a Villa Mercedes para el funeral de su abuelo. Ella no ha vuelto a San Luis en 12 años y, por lo tanto, casi no reconoce a sus tres primos (Camilo Cuello Vitale, Macarena Insegna y Ailín Salas). La recepción de ellos es más bien fría, la dejan afuera de las charlas, es víctima de varios equívocos, ella se siente incómoda y, para colmo, entre los adultos está todo mal por problemas con la empresa de mármol ónix que posee la familia.

Sin embargo, entre el dolor por la muerte del patriarca y los fuertes enfrentamientos entre sus madres, va surgiendo entre este quinteto juvenil (se suma a ellos Nicolás Condito) una progresiva conexión y afinidad. Están en un momento clave de sus vidas, ese límite impreciso entre el fin de la adolescencia y la inminencia de una adultez que los asusta bastante. Entre tragos y paseos, entre confesiones y bromas, irán recuperando de a poco los sentimientos que parecían sepultados desde la infancia.

En su segundo largometraje tras Ultimas vacaciones en familia (2011), Nicolás Teté transita en su provincia natal caminos que el Nuevo Cine Argentino ha recorrido ya varias veces (el cine de Ezequiel Acuña parece uno de sus principales referentes) y, si bien hay algo de déjà vu en la deriva, la película regala una naturalidad y una sensibilidad que se agradecen. Onix funciona mejor cuando la interacción se da entre los jóvenes que cuando indaga en el mundo adulto (por suerte, en un lejano segundo plano). Se trata de una película pequeña, noble, melancólica y serena, jamás pretenciosa ni mucho menos ostentosa, que reivindica el placer de los descubrimientos, del crecimiento en medio del dolor y de los momentos compartidos.