Oculus

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Un espejo que sabe cómo atemorizar

El director Mike Flanagan es el mismo de Ausencia, una película de terror ultraindependiente estrenada en la Argentina el año pasado. Había unos cuantos méritos en ese film, principalmente la confianza en el poder de la narración tersa para crear misterio. La película no cumplía con todo el potencial de su planteo, pero de todos modos hacía esperar con interés su siguiente proyecto. Oculus es otra película de terror que promete más de lo que cumple, pero aun así reafirma a Flanagan como un realizador a tener en cuenta en el panorama del género, muy abundante en títulos, pero no tanto en directores con personalidad o al menos con pericia para narrar.

Como hizo Wes Anderson con Bottle Rocket -que fue corto y luego largo-, Oculus es una reelaboración de un material previo del realizador, un mediometraje de 2006 acerca de un espejo maldito, embrujado y malvado. Oculus, el largo, se ordena en dos tiempos, un pasado traumático y trágico y un presente que intenta resolver y terminar de aclarar ese pasado que derivó en muertes, dolor y culpas. En la primera parte del relato predomina el presente, con la recuperación del espejo por parte de la decidida Kaylie y la vuelta a la casa familiar de la tragedia, que intenta que su hermano Tim la apoye y la ayude en su plan de enfrentarse a los poderes del objeto antiguo.

Esos momentos en los que Kaylie se reencuentra con el mueble malvado y dispone toda una ingeniería tecnológica y de supervivencia para enfrentarse con él son los mejores, los más sólidos en su lógica, sobre todo por la promesa de aprovechar las posibilidades y las licencias del subgénero de película de terror "de objeto embrujado". En esta promesa, es clave el animado relato de Kaylie acerca de las maldiciones previas del objeto, que evidencia el poder y el embrujo de los cuentos pensados y planeados para asustar.

A partir de la disposición del enfrentamiento, la película debe lidiar con la necesidad de narrar las peripecias en ambos tiempos. El montaje del propio Flanagan no es el principal sostén del pase de un tiempo a otro, sino más bien el movimiento y la disposición espacial de los personajes en la casa, protagonista tanto en el pasado como en el presente. La tensión y las presencias macabras aumentan, así como ciertas arbitrariedades derivadas de no definir con claridad los poderes del vidrio laminado con bello marco. De esa forma, la película pierde parte de su encanto: si no tenemos claro el espectro de posibilidades que pueden sucederse, la narrativa es menos satisfactoria. Oculus, a medida que progresa, se apoya más en esos "poderes", en las apariciones fantasmales y en las imágenes sangrientas que en el ambiente y la lógica espacial, lo que le termina restando eficacia.

Pero más allá de estos defectos, Oculus prueba una vez más que, con un poco más de rigor en las derivaciones lógicas de sus fascinantes planteos iniciales, Flanagan será uno de los nombres relevantes del género en los próximos años.