Océanos

Crítica de Fredy Friedlander - Leedor.com

El 13 de julio próximo, el francés Jacques Perrin cumplirá setenta años de una vida consagrada con enorme fervor al cine. Algunos lo recordarán por su actuación en “Z”, el extraordinario film de su amigo Costa-Gavras, que también lo dirigiera en “Crimen en el coche cama”, debut cinematográfico del realizador griego. Otros lo tendrán presente por su aparición en “Cinema Paradiso” en el rol de Salvatore Toto (adulto). Los más memoriosos rescatarán su etapa italiana con films tan famosos como “La muchacha de la valija” (junto a Claudia Cardinale), “Dos hermanos, dos destinos” (con Marcello Mastroianni) y “El desierto de los tártaros”, todas de Valerio Zurlini.

El múltiple actor, productor (más de 30 films) y más recientemente director de documentales como el inédito “Le peuple migrateur”, vuelve a este último rol con “Océanos”, junto a su colega Jacques Cluzaud. Se trata de una producción muy costosa al utilizar técnicas de filmación aéreas y sobre todo marinas con sofisticados equipos y cámaras, muchos especialmente creados para esta película.

“Océanos” se inicia y cierra con un trío de preguntas: “¿Qué es el mar?, ¿Qué es el océano?, ¿Cómo describirlo?”, que un niño le hace a su auténtico abuelo, el propio Jacques Perrin. Lamentablemente la voz que se escucha no es la de éste, ya que la versión presentada en Argentina es en español y la expresividad de quien hace el doblaje deja mucho que desear. Pero el reparo anterior no se limita a esto ya que el mensaje ecológico sólo llega recién al final de los algo repetitivos y extensos (para un documental) cien minutos de duración.

Del lado positivo, lo primero a señalar son las increíbles imágenes submarinas con especies, algunas conocidas como delfines, tiburones, ballenas, pulpos y rayas y otras de peces que habitan las profundidades de los mares y cuyo aspecto exterior hace pensar en animales antediluvianos. A ello se agregan tortugas, cangrejos, medusas, iguanas, focas y numerosos pájaros marinos. El sonido, sobre todo en el fondo del mar, es otro elemento gravitante aunque por momentos parece algo artificial y su utilización puede aparecer algo abusiva. Esa es, al menos, la impresión de este cronista, ya que distrae la atención del valor más singular del documental, que es el visual.

Una imagen repetida y dramática es la que se resume en el célebre aforismo: “el pez grande se come al chico”. Delfines y tiburones que se comen a increíbles cardúmenes y verdaderos “vórtices” de pececitos pueden afectar a los espectadores más pequeños. Más patética aún es la escena en que gaviotas, que parecen aviones en picada, atrapan y matan a indefensas tortugas pequeñas. Recuerdan a la película “La familia suricata”, donde otras aves depredadoras hacían algo parecido con los animalitos que dan título a ese film. Quizás hubiese sido conveniente evitar la reiteración de escenas donde mueren tantos animales indefensos.

Pese a todo, la película es visualmente muy original y es una pena que recién al final se vean imágenes de mares contaminados con envases de plástico y hasta un carro de supermercado en el fondo del agua! Si el mensaje era la amenaza ecológica y la extinción de especies, llega demasiado tarde en el film y es superado por la realidad reflejada por la prensa en este mismo momento al referirse a la contaminación de petróleo en el sur de la costa norteamericana.

En conclusión, esta producción muy exitosa en Francia y otros países europeos, puede verse por sobre todo por el poder de sus imágenes, muchas inéditas.