Nunca volverá a nevar

Crítica de Gustavo Castagna - A Sala Llena

LAS MANOS DE ZHENIA

Siempre da un prestigio más allá de lo habitual introducir a un personaje acompañado de una composición clásica. Es lo que ocurre con Zhenia y el telón musical vía Shostakóvich para el principio de Nunca volverá a nevar.

En efecto, la errabundia inicial del personaje central, un masajista de origen ucraniano, sirve como presentación no solo de la criatura unívoca de la trama sino también de su inmediato contrapunto: un paisaje artificial y los residentes de una comunidad de importante pasar económico. Con ese prólogo, la película de Malgorzata Szumowska y Michal Englert despliega su inicial interés no solo por la novedad de su argumento sino por una serie de decisiones estéticas que luego del carácter sorpresivo del comienzo, con el devenir del relato, terminará convirtiéndose en la aplicación de una fórmula de mero tinte preciosista.

La dupla detrás de cámara, una directora y su habitual director de fotografía, aclararían los resultados finales de la película de origen polaco-alemán.

Por un lado está el citado Zhenia como sostén dramático de la historia junto a un grupo de personajes secundarios que descansan en las manos del personaje y escuchan sus consejos y sugerencias. También en el magnetismo de su mirada. Por su parte, esa particular clientela, en estado de permanente inestabilidad, que se muestra insatisfecha aun en medio de su confort económico.

En esos personajes satelitales Nunca volverá a nevar corrobora sus intenciones: una exploración estética y temática donde se entremezcla realismo con escenas oníricas o, en todo caso, donde ese realismo ingresa en una peligrosa zona donde confluye una atmósfera misteriosa junto a cierta caricaturización de situaciones. En ese cóctel estético fluye con sutileza el personaje de una mujer rodeada de sus perros como si se tratara en clan familiar.

Pero lo más ostentoso y al mismo tiempo problemático que la película ofrece en su  plausible interpretación ideológica. El personaje del masajista es un inmigrante ilegal procedente de Chernobyl y los moradores de la comunidad, una zona urbana de economía alta, residen en las afueras de Varsovia.

Por ese trance de alto riesgo también ronda Nunca volverá a nevar: el peligro de la alegoría y la conformación de un discurso pretencioso con el fin de edificar un par de conclusiones importantes que vayan más allá de aquello que se observa en las imágenes.

Y es por terreno pantanoso donde se acumulan las virtudes y zonas grises de la película de Szumowska y Englert.

Justamente, de la directora polaca, hace unos años se estrenó Elles con Juliette Binoche, un film también desigual en sus resultados debido a los mismos trances narrativos de la historia del masajista ucraniano: un sugestivo envoltorio estético y un par de alegorías políticas y económicas que terminaban desequilibrando una historia que al principio resaltaba por su originalidad.