Nunca digas su nombre

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

En el arranque de “Nunca digas su nombre” (2017) de Stacy Title, hay una secuencia que enmarca el relato de los hechos que determinaron que muchos años después, el trío protagónico (Lucien Leon Laviscount, Douglas Smith, Cressida Bonas) de la película, termine viviendo un infierno al descubrir el secreto que guardan las paredes de la casa a la que se mudan, o, mejor dicho, los cajones de las mesas de luz.
Años antes, esa casa fue la testigo de una masacre, producida por el padre de una familia obsesionado con algo o alguien que lo perseguía y al que no pueo detener de ninguna manera, excepto con un disparo en su cabeza. Title se ha especializado en el cine de horror desde su promisorio debut con “La última cena” (1995), película recordada por plantear situaciones en medio de una comida entre amigos que invitaban a un extraño a debatir temas polémicos.
En esa película Title se afirmaba como una novedosa realizadora, de la que no había que espear más que buenos productos. Pero claro, del dicho al hecho o de la idealización a la dura realidad, “Nunca digas su nombre” demuestra que muchas veces el camino imaginado no será el correcto o el esperado.

Volviendo al inicio del film, esta etapa narrativa se presenta completamente desanclada del resto, y además, en lo precario de la puesta en escena, y las débiles actuaciones, van configurando un panorama claro sobre aquello que asistiremos en la proyección, un sinnúmero de situaciones que lindan con el bochorno y con el ridículo.
Los tres amigos se mudaran alejados del campus universitario a una gran vivienda, a la que tratarán de acondicionar, y en la que compartirán mucho más que risas y amistad, la habitarán con el recelo y la amenaza, y también con la obsesión que el hombre del inicio del film da por terminada su vida. Title apela a lugares comunes, obvios, predecibles, y olvida que más allá del placer de género de los filmes de terror, hay una posibilidad de innovar o ir a la vanguardia para evitar, justamente, el cansancio durante la proyección.
“Nunca digas su nombre” es un filme que busca el efecto con el sonido, con el subrayado de ideas y de conceptos que terminan por configurar una película que en vez de asustar da risa, y además se autoconvence de un superamiento que nada tiene que ver con un filme de género.

Con cada avance del bye bye man, ese personaje oscuro que recupera íconos como Freddy Krueger o Jason, y que en el castigo y juzgamiento de aquellos que asesinaba por sus malas acciones, se configuraba un sistema moral que acompañó la cultusra y la sociedad americana durante determinado tiempo.
Acá este rol del cine no se presenta, pero sí su inevitable aroma a rancio en cada fotograma, su previsibilidad de un guion de manual, la falta de un verosímil en las situaciones y en las actuaciones, y también, una trama endeble que al primer embate se desmorona como un castillo de naipes.
“Nunca digas su nombre” no encuentra el tono para desarrollar sus propuestas, como tampoco encuentra la pasión necesaria en sus protagonistas, para plantear ese triangulo amoroso, esa tentación necesaria para consolidar su trama, y esa potencia que invita a seguir viendo la historia.