Nosotros nunca moriremos

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

La nueva película del realizador de Tan cerca como pueda y Crespo (La continuidad de la memoria) tuvo su première mundial en la sección principal del festival español.

Crespo de Crespo en Crespo. El director regresó a su pueblo homónimo y natal en Entre Ríos para rodar una película sobre el duelo y la despedida concebida con un tono asordinado, contenido, minimalista y sutil, que lo muestra alejado de los desbordes del melodrama lacrimógeno, pero no por ello exento de sensibilidad y lirismo. Es una apuesta de riesgo, que puede irritar a quienes buscan en el cine (y más precisamente en este género) emociones con brocha gorda, motivos contundentes para identificarse y llorar a moco tendido.

Una mujer (Romina Escobar, la esplendorosa actriz trans de Breve historia del planeta verde interpretando aquí a una madre cisgénero) llega a Crespo con Rodrigo (Rodrigo Santana), su hijo menor, porque un trabajador rural ha encontrado el cadaver de su hijo mayor, un muchacho veinteañero llamado Alexis (Brian Alba), en las afueras del lugar. Ambos se instalan en un hotel y van pasando los días mientras se desarrolla la investigación policial, la autopsia (hay unos primeros indicios de que podría haber sido un suicidio), los trámites burocráticos, la recuperación de sus pertenencias, la contratación de una tumba en el cementerio local, el funeral...

Mientras esperan, se encuentran con el patrón de Alexis (trabajaba en el mantenimiento de un campo de golf y como bombero voluntario), con quien fuera su novia (también bombera) y con distintos vecinos. En medio de ese derrotero, Crespo construye algunos flashbacks entre absurdos y fantásticos que le otorgan al film una extraña dimensión que trasciende el realismo inicial.

Más allá del dolor, de la angustia, de la distancia que se ahonda entre esa madre atribulada y el hijo más pequeño que intenta conectar con lo que ocurre (pide entrar a la morgue porque nunca vio un muerto), la reacción de los lugareños no es nada hostil hacia los protagonistas. Es más, sin sobreactuar, Crespo muestra ciertos gestos de solidaridad y empatía nunca forzados, demagógicos ni condescendientes.

El andamiaje visual y sonoro está en perfecta sintonía con los estados de ánimo por el que atraviesan esa madre y ese hijo (y hermano, claro). Talentoso director de fotografía, Crespo cedió esa función en Inés Duacastella para capturar imágenes de ese enclave rural con su propio ritmo y su particular dinámica. Una pequeña, bella, cristalina, triste y sentida película que consiguió la proeza de un estreno mundial en la sección principal de uno de los grandes eventos del circuito de festivales como es San Sebastián.