Nosotras sin mamá

Crítica de Roger Koza - Con los ojos abiertos

EL DUELO COMO LIMBO

Ópera prima despareja, con algunos aciertos y decisiones cuestionables, lo que alcanza para entender que detrás de cámara existe una directora a tener en cuenta.

Sólo por azar dos óperas primas recientes, dirigidas por mujeres, giran en torno a esa experiencia imposible de transmitir (pero interesante de filmar) que se conoce como duelo: la sofisticada Abrir puertas y ventanas de Milagros Mumenthaler y Nosotras sin mamá de Eugenia Sueiro. En las dos películas los herederos son tres hermanas. Prácticamente están solas y el duelo se vive como un limbo, un paréntesis sin tiempo preciso en el que secretamente se trabaja sobre la percepción de una falta infinita en pos de naturalizarla. No es sencillo.

Sueiro propone un limbo sin ventanas y la única puerta que lleva al mundo exterior permanecerá cerrada. La casa materna, que una de las hermanas quiere vender, otra conservar por un tiempo y que a la tercera parece resultarle indiferente, luce como un útero materno al aire libre sin salida. El jardín con su pileta infantil y los interiores de la casa transmiten encierro, detención, asfixia, y aun así la atmósfera, “pintada” en blanco y negro, no es lúgubre sino enrarecida.

La inteligencia formal de Sueiro se verifica en sus heterodoxos planos cerrados, no necesariamente primeros planos; de lo que se trata es de evitar toda exterioridad. A lo sumo, caerán objetos de los vecinos, que permanecen en fuera de campo, y para una de las hermanas esto refuerza su malestar. Amanda quiere vender, necesita el dinero y algunos signos indican una situación afectiva difícil. Susana, en cambio, desea casi infantilmente retener la vieja “quinta”, y habrá una revelación paulatina que explica en parte su deseo. Ema, que vive en el extranjero y es actriz, acaba de separarse y es posible que su único refugio esté en su profesión. Éstos son los datos empíricos, la conducta visible (que incluye un sugestivo gesto cargado de erotismo), y así como no vemos el rastro de los otros, tampoco se exteriorizan conflictos y por consiguiente ninguna psicología se explicita.

No sucederá mucho más, excepto cuando la austeridad emocional se trastoque con pasajes cómicos, a menudo subrayados por motivos musicales innecesarios, que suelen carecer de timing y no parecen enhebrarse orgánicamente al paisaje emocional propuesto por Sueiro. Lo que podría ser una virtud, la introducción de la risa en el contexto de una pérdida, deviene en rémora, y entonces lo ridículo, involuntariamente, merodea.