No te preocupes, no irá lejos

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Gus van Sant es un director extraño, de filmografía disímil y despareja y sobre la que hay pocos acuerdos. ¿Hay un verdadero Van Sant? ¿Es el de Mi mundo privado y otros personajes frágiles de los noventa? ¿Es el de "dispositivos" como el de Elephant y Gerry? ¿Es el más mainstream sin demasiadas sofisticaciones de En busca del destino? ¿Es el del brillo corrosivo de Todo por un sueño? Director de varios rostros o más bien amante de vestirse de modos diversos, también ha hecho películas en las cuales los ropajes cambiantes se vislumbran como disfraces groseros. Le pasó en Milk, película biográfica con "mensaje" reforzado y con una actuación descontrolada y payasesca de Sean Penn. Y le vuelve a pasar en No te preocupes, no irá lejos, otra película biográfica con "mensaje" reforzado, con varios actores que parecen desfilar con raros peinados viejos para hacer sus shows.

Este es el relato groseramente ejemplificador de parte de la vida de John Callahan, alcohólico que queda cuadripléjico por un accidente y que luego se vuelve humorista gráfico. Los problemas de la película van más allá de la peluca naranja de Joaquin Phoenix y de que jamás parezca de veintipico de años, de otra performance solipsista de Jack Black y de Jonah Hill absurdamente parecido al Jesús de South Park. Acumula repeticiones conceptuales simplistas, otras burdamente emocionales, música indignamente conductista y unas sobreimpresiones que, otra vez, nos hacen dudar acerca de quién es el verdadero Van Sant.