No me quites a mi novio

Crítica de Natalia Trzenko - La Nación

Poco amor y menos amistad gracias a un guión que no consigue divertir demasiado

Rachel y Darcy son amigas desde siempre. Se quieren mucho, tanto que aunque sean completamente opuestas y se lo pasan compitiendo hasta por los zapatos hay que aceptar que sigan juntas ya cerca de cumplir los 30. Aunque Rachel (Ginnifer Goodwin) sea tímida y apocada mientras Darcy (Kate Hudson) busque ser siempre el centro de atención. Tal es su afán de protagonismo que consigue enamorar y comprometerse para casarse con Dex (Colin Egglesfield), compañero de estudios de su amiga que, obviamente, está enamorada de él. Más drama de enredos que comedia romántica, No me quites a mi novio funciona en dos registros incompatibles representados por sus personajes centrales. Rachel, que Ginnifer Goodwin interpreta como si el film fuera un drama, acepta el maltrato de su amiga y la indecisión del objeto de su afecto con una pasividad que hace muy difícil tolerarla. Y lo mismo pasa con el personaje de Hudson -actuando en una comedia que no es tal-, que de tan egoísta y egocéntrica hasta llega a dar pena, después de irritar mucho a todo el que se le pone enfrente. Incluido su novio, interpretado por Egglesfield con casi nula expresión y el aspecto del Tom Cruise de hace quince años.

Si bien el costado romántico de la película no aparece nunca, tal vez el punto más débil de No me quites a mi novio sea el poco respeto que tiene por sus personajes centrales. La amistad entre Rachel y Darcy es representada como una colección de malas pasadas, resentimientos y declaraciones de amor incomprensibles. Un par de personajes secundarios interpretados por John Krasinski y Steve Howey dan un poco de respiro a un guión escrito por alguien que nunca escuchó hablar de comedias románticas ni amistades femeninas.