No llores por mí, Inglaterra

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Tal vez nunca se sepa, o ni haga falta saberlo, cuánto hay de Néstor Montalbano y cuánto de Diego Capusotto en los proyectos en los que trabajan juntos. El director de Pájaros volando es un amante del absurdo, y No llores por mí, Inglaterra es un ejemplo acabado de ello, desde la inclusión de un spinner hasta la mención a “los 4 de Liverpool” en plenas Invasiones Inglesas, aquí, en Buenos Aires.

Pero hay más a lo largo del metraje de esta película en la que el tono de comedia no tapa un trasfondo sociopolítico.

Sin ponernos demasiado serios, en la trama del filme los ingleses, al tomar el aparente control del Virreinato, no sólo quieren invadirnos, si no también traernos un deporte, el fútbol, con el que en realidad pretenden engañar a los criollos. No son espejitos de colores, claro, pero el objetivo es distraerlos de lo que realmente está sucediendo.

Ha pasado, pasa y pasará.

Pero como esto es una comedia, Beresford (Mike Amigorena) impone la utilización de la pelota de cuero, aquí donde por un lado se está formando la eterna grieta entre los de la Embocadura y La Rivera... Y van a tener que jugar juntos, formando una selección criolla, que dirigirá técnicamente Sampedrito (cualquier parecido con Sampaoli no sería pura coincidencia), que interpreta Capusotto. A los ingleses los dirige Denis Pack (Luciano Cáceres).

Pero otro personaje central es Manolete (Gonzalo Heredia), quien ve en cada acto una oportunidad para usufructuar y ganar algún dinero, enamorado de su novia Aurora (Laura Fidalgo).

No llores por mí, Inglaterra está llena de despropósitos que mueven a la risa o a la sonrisa. Tiene desparpajo, y a lo mejor le faltan más gags. Los fans del fútbol descubrirán guiños, no sólo por la inclusión de Cavenaghi o Chatruc.

La reconstrucción de época y el vestuario también hablan de una gran producción para una película que, caramba, busca entretenernos mientras nos olvidamos de otros menesteres de la vida diaria.