No llores por mí, Inglaterra

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

UN PELOTAZO EN CONTRA

En los primeros minutos de No llores por mí, Inglaterra uno de los personajes sostiene entre sus dedos un spinner, ese adminículo antiestrés que se puso de moda el año pasado y que duró lo que un suspiro en el mercado. El chiste anacrónico (teniendo en cuenta que la película está ambientada en los tiempos del virreinato) deja entrever no sólo el momento en que fue pensado el film, sino además en la falta de filtros que tuvo hasta su concreción final: porque hoy habría que explicarle hasta a los que lo compraron, lo que es un spinner. Se trata por lo tanto de una referencia de una pobreza absoluta, y anticipo del desastre que será la película desde ahí hasta sus demasiado extensos 104 minutos en materia de comicidad.

Una sola cosa salva a la nueva película de Néstor Montalbano: su apuesta, que no sólo tiene que ver con hacer comedia con la historia argentina (algo poco habitual entre nuestro excesivamente solemne cine revisionista) sino también con un diseño de producción que, salvando algunas pantallas verdes bastante feas y una utilización repetitiva de extras (en dos secuencias diferentes aparecen los mismos actores, ubicados de la misma manera, haciendo de “muchedumbre”), luce bastante bien su ambientación de época. Montalbano es un tipo de probada efectividad en materia humorística y ha demostrado con Soy tu aventura y Pájaros volando que conoce el funcionamiento de los mecanismos del absurdo. Pero en No llores por mí, Inglaterra aparece perdido y escasamente gracioso. Hay una amague de querer jugar a la comedia satírica y visual, en la senda de un Mel Brooks o los ZAZ, y a la vez fusionarla con un humor más popular y argentino, una suerte de Fontanarrosa cruzado por la estética de Todo por 2 pesos. Nada funciona.

La premisa es similar a la de El cavernícola, el reciente film animado de Aardman: los villanos, en este caso los ingleses, deciden instalar en plena colonia el aprendizaje del fútbol como una forma de compartir, pero fundamentalmente de contener a los criollos y potenciar la idea de sometimiento. Como en aquella, además, el humor anacrónico pretende sustituir la falta de ideas con chistes de rápida asimilación por el espectador. La diferencia radical es que en la de Aardman la inclusión del fútbol funciona como una manera de potenciar la identidad de los personajes, mientras que aquí sólo sirve para repetir disimuladamente algunas máximas del argentino como apasionado por este deporte, y la más de la veces confundiendo lisa y llana estupidez y nacionalismo berreta con pasión.

Pero todo esto sería apenas discutible si la película al menos funcionara o si su apuesta humorística luciera algo más trabajada: por momentos se apuesta al lucimiento personal (Capusotto repitiendo hasta el hartazgo su frikismo popular incapaz de fluir con el relato y mostrándose más como una anomalía) por sobre el conjunto y en otros pasajes se acumulan subtramas (tanto como elenco: Gonzalo Heredia, Mike Amigorena, Laura Fidalgo, Mirta Busnelli, Luciano Cáceres, Eduardo Calvo, Matías Martin, Damián Dreizik, Fernando Lúpiz, Esteban Menis) que no suman nada y sólo demoran las acciones. Que una comedia de 100 minutos no tenga ni siquiera un momento divertido (convengamos que lo de Chatruc y Cavenaghi es apenas un guiño demagogo para las huestes futboleras) habla a las claras de la pobreza del conjunto, aunque sólo alcanzaría para demostrarlo con aquellos pasajes en que Busnelli, como la reina británica, morcillea un espanglish que ya atrasaba en Calabromas. Lo peor de No llores por mí, Inglaterra no es sólo que se trata de una mala comedia (algo de por sí muy triste para nuestro cine falto de humor), sino que además da vergüenza ajena.