Ni héroe ni traidor

Crítica de Guillermo Colantonio - Funcinema

LA ÉPICA DESARTICULADA

Hay una frase que alguna vez se ha escuchado por ahí. Su procedencia siempre ha sido incierta y tal vez se trate de una de las tantas sentencias que se convierten en leyendas urbanas dentro del mundo del cine. Sin embargo, no está exenta de curiosidad y posee cierta resonancia: el cine argentino aún está en deuda con Malvinas. La afirmación se puede interpretar de varios modos, pero sospecho que detrás, una línea posible de análisis, se vincule (sobre todo en el campo de la ficción) con un tipo de abordaje que nunca escatimó en visiones estereotipadas, cercanas a la falsa épica o a una sumatoria de golpes bajos con lemas confusos (uno de ellos reza iluminados por el fuego, como si el fuego de la guerra iluminara algo). Afortunadamente, el paso del tiempo trajo las lógicas reacciones y remedó en algún punto esa falta.

Si hay un mérito visible en Ni héroe ni traidor, la película de Nicolás Savignone, es desarticular desde el principio la mayoría de los rasgos de una tradición tendiente a exacerbar el contenido discursivo épico o a saturar con archivos televisivos y radiales de la época, hartamente repetidos. Apenas se escuchan las palabras de Galtieri mientras los chicos juegan a la pelota, porque el fuerte de la historia es su carácter intimista que se cocina desde la habitación del protagonista (Juan Grandinetti), un mundo cerrado a sus placeres musicales, un refugio en medio de una casa asfixiante, donde al problema de los vínculos padre/hijo se le suma la posibilidad de ir a la guerra. El punto de vista se focaliza en ese joven que, como tantos, no tenían idea de lo que es una guerra, a no ser por lo que podían escuchar o absorber desde cláusulas patrioteriles. Si bien el personaje de esta historia ha hecho la colimba y tiene al abuelo que ha luchado en la guerra civil española, toda su estantería se cae cuando los propios adultos vacilan acerca de sus convicciones.

Otro mérito es el despojamiento de la grandilocuencia a la que nos tienen acostumbrados estas ficciones. Son los detalles los que aportan indicios acerca del contexto y los que arman progresivamente el universo de entonces donde los miedos, las miradas, los gestos y varios objetos marcan la incertidumbre de lo que podía venir. Y en un momento, la necesidad de centrarse en el marco histórico cede la posta a una decisión, ese artilugio narrativo tentador que, al igual que películas como La larga noche de Francisco Sanctis (Francisco Márquez y Andrea Testa, 2016), permite desplazar la mirada a una cuestión moral. Es un terreno pantanoso porque el contexto mismo tiene un peso enorme. El título mismo de la película de Savignone no deja lugar a dudas: no se es ni héroe ni traidor en ciertas circunstancias, algo que muchos podrían rebatir, como también podrían enojar las palabras del abuelo cuando, a la distancia, confiesa que no sabe si volvería a luchar por la misma causa. No obstante, más allá de lo que indigne o no, la posibilidad de revisar los actos del pasado atraviesa a los seres humanos, y el director no impide (más allá de ilustrar su idea en el título) que exista un abanico de voces reconocibles en ese entonces, desde la fiebre patriótica hasta la fragilidad de aquellos chicos que se veían obligados a concurrir a esta masacre perpetrada por el gobierno militar. En este último grupo se encuentra el personaje del amigo, Diego, dispuesto a hacer lo que sea para evitar el destino que le imponen. Hasta sus últimas imágenes la película cumple con evitar la incorporación de la guerra propiamente dicha, lo cual asoma como sesgo positivo frente a un campo saturado de exaltaciones heroicas falsas. Los verdaderos héroes son corrientes, como muestra un documental reciente de Miguel Monforte.

Ahora bien, así como se destaca este tipo de acercamiento, también hay que decir que ciertos recursos en torno al diseño de los personajes puedan causar la impresión de estar forzados (por ejemplo, la familia militar), que algunas líneas de diálogos, alusiones metafóricas y tratamientos visuales tengan más que ver con un viejo cine argentino de los ochenta, o que sobrevuele en oportunidades el imperativo de ilustrar una idea antes que sugerirla. De hecho, existen acciones que bordean lo inverosímil (por ejemplo el modo en que Diego y Matías planean zafar de la convocatoria). No obstante, sería injusto recaer solamente en esto, dado que el punto principal de Ni héroe ni traidor es concentrarse en un conflicto despojado de grandilocuencia, con la duración justa y necesaria y sin mayores ambiciones que escenificar un estado de angustia con el que muchos se habrán identificado.