Nada que perder

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Biografía del creador de la Iglesia Universal, un negocio multimillonario que ha traspasado fronteras, “Nada que perder” (2017) se inscribe en una línea de biopics autorizados y producidos por aquellos que representan.
El principal inconveniente de este tipo de productos es que fallan por su intento de construir bronce cuando podrían aprovechar al máximo la oportunidad para mostrar claroscuros y debilidades de los protagonistas.
Edir Macedo es el impulsor de un culto que supo aprovechar al máximo la sinergia de medios para potenciar el negocio que detrás de la fe puede observarse. Libros, revistas, cadenas de televisión, programas inspirados en personajes bíblicos, todo forma parte de una gigantesca maquinaria que no para nunca.
La película desanda los pasos de Edir, desde su infancia, en la que sufrió bullying por culpa de su malformación en las manos, pasando a la adolescencia en donde tímidamente se desenvolvía con sus vínculos pero aún no tenía claro qué es lo que quería para su vida, a la madurez, en la que la decisión de comenzar su propio culto lo llevó a cambiar drásticamente su vida.
La narración apela al flashback, a una lograda reconstrucción de época, a una calidad técnica inmejorable, y a la interpretación de Petronio Gontijo, verdadero impulsor de la historia, quien se pone al hombro el relato mostrando un registro nunca antes visto en él.
Gontijo es una estrella televisiva, ha protagonizado decena de telenovelas para la Rede Record, propiedad de Macedo, y una de las últimas es “Moisés y los diez mandamientos”, el fenómeno que superó expectativas y que arrasa (y sigue arrasando) en cada uno de los países en donde se transmite.
Con pequeños detalles, el Edir de Gontijo va sembrando los índices necesarios para que el relato se sostenga, un relato plagado de lugares comunes y la obsesión por dejar SIEMPRE bien parado al objeto de la biografía.
Sólo en un momento, cuando le reclama a su mujer puntualidad y nada de pereza, el filme se permite la licencia de solapar toda crítica hacia el personaje, los malos siempre son los otros, aquellos que atacan y hacen peligrar al protagonista.
En metraje de “Nada que perder” no hay nada que haga mover la brújula y que posibilite absorber información diferente a la que se conoce y se manifiesta escena tras escena, todo en Macedo es perfecto, más allá de los avatares que lo configuraron como un nuevo mártir y deidad de su propia Iglesia. Si la decisión era hacer una película para dejar bien parado en todo momento al protagonista del relato, la misión está lograda.
Pero si la idea era poder mostrar una semblanza y, a toda costa, imponer una mirada sobre Macedo sin pretender cuestionamientos sobre aquello que se muestra, allí es donde radica el principal inconveniente de “Nada que perder”.