Nada es lo que parece

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

La gran ilusión

Una anécdota pertinente: el famoso físico Niels Bohr tenía en la entrada de su casa una herradura de caballo para la suerte. Un amigo le preguntó si creía realmente en eso. El premio Nobel de Física de 1922 le respondió: “Por supuesto que no, pero me han dicho que funciona incluso con los que no creen”. La nueva película de Louis Leterrier (Hulk) es, si sólo se ve lo que parece, puro vértigo, ritmo y diversión, pero es también, si se mira a través de las apariencias de una noble película clase B, un extraordinario ejercicio filosófico pop sobre el lugar y el funcionamiento de las creencias y la voluntad misma de creer.

Un mentalista, un mago callejero, una escapista y un carterista son reclutados por un misterioso hombre para una misión y un par de robos antológicos e increíbles concebidos como espectáculo de masas, financiados por un millonario inescrupuloso. Todo empieza con una especie de show televisivo en vivo en Estados Unidos: los “cuatro jinetes” teletransportan a un miembro de la audiencia a París y con él roban más de tres millones de euros en pocos minutos. El médium va y vuelve en pocos minutos y es recibido por una lluvia de euros y el festejo de todos los presentes.

En esa maravillosa metáfora lúdica del capitalismo como fantasía colectiva, el testimonio del “ladrón” será poco confiable, pues su viaje ha sido en estado de hipnosis.

Pero hay un robo, y la policía, el FBI y la Interpol intentarán entender cómo ocurrió para dar con la evidencia. En una palabra, se trata de resolver un robo millonario y de prevenir los próximos.

El agente Dylan y Alma, una oficial francesa, con la ayuda de un “cazador” de ilusionistas llamado Thaddeus, tratarán de atrapar a estos delincuentes, que son una especie de mezcla entre David Copperfield y Robin Hood.

Uno de los placeres de Nada es lo que parece es el paralelismo entre la situación de los detectives y la de los espectadores: el afán por descifrar se entrecruza con el deseo de creer.

Si bien Leterrier y sus guionistas explicarán demasiado, no todo será del orden de la evidencia. El famoso “El ojo” al que le rinden culto los magos y jinetes, representado aquí por un viaje-trance en una calesita, permanecerá poéticamente en lo indeterminado. Extraña operación narrativa para un filme que no renuncia al espectáculo, pero que no abdica frente a la inteligencia. Para nosotros, singulares animales lingüísticos, creer es un acto de supervivencia.