Música para casarse

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Meta

Escrita y dirigida por José Militano, “Música para Casarse” fue estrenada en la pasada edición del BAFICI. La película cuenta la vida de Pedro (Diego Vegezzi), un joven que vive en Buenos Aires. Allí vino desde el interior para estudiar canto, como suele pasar con muchos jóvenes que buscan su destino en la gran ciudad. Sin embargo, debe regresar a Vera (su pueblo natal, en la provincia de Santa Fe) para cantar en el casamiento de su hermana, Guillermina (María Soldi). Este retorno a su lugar de la infancia traerá al presente recuerdos del pasado y desatará sucesos familiares y desencuentros varios, mostrados en tono de comedia.

En una mirada que apela a buenas intenciones, pero sin resoluciones demasiado favorables, Pedro encarna en sus características al adolescente arquetipo de la clásica saga de perdedores, mostrando el costado agridulce de su historia personal y todos los cambios que su personaje vivencia. Allí jugará un importante papel su inseparable amigo, Pablo (Mariano Saborido). La película se enfoca, de modo parcial, en la relación que establecen estos dos amigos, cuyas personalidades contrastan bastante. Sin embargo, el vínculo se nutre de esas desigualdades: todo lo inseguro que es Pedro se manifiesta a la hora de expresar sus emociones a la chica que le gusta y cuando la timidez le gana al impulso, allí aparece Pablo; quien intenta contenerlo, animarlo y acompañarlo.

La historia atraviesa las conocidas antinomias que oponen la vida en la gran ciudad al costumbrismo del pueblo, con cierta sensibilidad y nostalgia. La gran parte de la película transcurre en Vera, mostrando los rituales cotidianos de la gente que vive sin el vértigo urbano, en donde abundan las anécdotas de sobremesa y costumbres de la vida provinciana en un intento por reflexionar acerca de los cambios que experimenta Pedro, cómo lo reciben sus padres y de qué manera encuentra su lugar, insertado en el marco social de un evento familiar que lo reencuentra con sus propias raíces.

El realizador concibe su ópera prima con una película plagada de chistes sin buenas resoluciones y con recursos burdos para generar humor bajo la clásica despedida de solteros y el chiste fácil con connotación sexual. Sumado al humor negro para burlarse sobre males ajenos y la avivada pretendida de ser cancheros, “Música para Casarse” se muestra sin ritmo ni sentido justo para ilustrar a esta serie de personajes que desfilan carentes rigor cinematográfico por la pantalla. Repleto de gags más insufribles que graciosos, el film encadena una tras otra, escenas y diálogos absolutamente intrascendentes.

Con un humor forzado y torpe, que no hace más que poner en duda la verosimilitud de unos personajes demasiado esquemáticos haciéndolos lucir torpes, la estética del film intenta asemejarse como heredera, en cierto modo, del canon de comedia independiente norteamericana contemporánea, donde lo grosero abunda para un estilo de humor cuestionable, pero que en cierto sector del público funciona.

En la misma línea que lo antes mencionado, “Música para Casarse” se encuentra saturada de falencias que han sentado un modo de hacer cine sin demasiada creatividad ni originalidad. La propuesta termina siendo un producto prescindible y anodino, que lejos de renovar el panorama de la comedia nacional termina por hundirlo todavía más en su abúlico presente.