Muerte en Buenos Aires

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Policial en la alta sociedad

Con gran despliegue publicitario y las actuaciones de Chino Darín, Bichir y Antonópulos se estrenó este film que apela a lo básico del género en una trama con varios tropiezos.

Algo extraño ocurre con los créditos finales de Muerte en Buenos Aires, apuesta a todo o nada del cine argentino industrial de este año debido a la avalancha publicitaria (gráfica, televisión, radio) previa al estreno. Mientras se suceden nombres y más nombres, en uno de los márgenes del cuadro, aparecen imágenes que quedaron afuera del montaje final. Esto, por un lado, permite suponer que la edición fue trabajosa y que mucho material fue descartado, pero también, que algunos de esos momentos pueden resultar necesarios para suplir los agujeros narrativos que manifiesta la historia. Partiendo de un whodunit ("¿quién lo hizo?") de manual, la trama de Muerte en Buenos Aires se ubica a fines de los '80 y toma como punto de partida el asesinato de un personaje de aquella high society porteña, habitué del Jockey Club. La escena inicial tiene un planteo lógico pero seductor: un joven policía, apodado El Ganso (Darín), sentado en la cama junto al cadáver, hasta que llega el inspector Chávez (Bichir) y su ayudante Dolores (Antonópulos). De allí en adelante, la trama mostrará el acercamiento (profesional y también "afectivo") entre El Ganso y Chávez en una ciudad que adquiere un protagonismo central. "Nada es lo que parece ser", aduce el diccionario básico del género policial (frase ahora convertida en eslogan de la publicidad del film) y dentro de esos códigos se maneja una historia que escarba en la investigación del crimen. El recorrido es acumulativo, pero también disperso: boliches gay con luces de neón, música de la década reversionada por Daniel Melero y Carlos Casella (éste último voz de los temas y también protagonista central de la historia), jueces corruptos, comisarios que aspiran sustancias, puesta al día de un micromundo de época transformado por la luz, la edición y la escenografía en publicidades ad hoc. La trama avanza a base de tropiezos narrativos, no configurando una mínima dosis de verosimilitud que vaya más allá del dinero invertido y del envoltorio que intenta, con poca suerte, disimular los intentos de construir un film genérico en un marco de época determinado. Aun cuando en la primera media hora el relato describe sin inconvenientes la presentación de los personajes y su disparador argumental, los problemas surgen de inmediato al subrayarse los estereotipos y la mayoría de los trabajos actorales (con las excepciones de Casella y un esforzado Bichir) que, por momentos, estimulan su energía interpretativa por la vía del disparate. Hasta que surge una escena contundente, que refiere al galope de unos caballos por Diagonal Sur, en una ciudad iluminada desde el artificio visual que no hace otra cosa que engordar el inverosímil ya construido en varios pasajes anteriores. Sin destino fijo, el grupo de nerviosos equinos se manifiesta como potente metáfora del film.