Monos

Crítica de Carla Leonardi - A Sala Llena

Un agudo retrato de la condición humana:

En una planicie en lo alto de una montaña un grupo de ocho jóvenes juega al fútbol con los ojos vendados. Lady divisa con el largavistas la llegada del mensajero. Los jóvenes han sido reclutados por una organización guerrillera y son denominados como “Los monos”. El mensajero es el nexo entre ellos y La Organización. Con voz de mando, les da indicaciones para un entrenamiento militarizado. Al finalizar el mismo, les da las nuevas instrucciones: cuidar del nuevo integrante (la vaca Shakira, que es una donación a La Organización) del mismo modo como vigilan y mantienen en cautiverio a la rehén, una ingeniera gringa a quien llaman “Doctora”. Ellos a su vez le piden permiso para que se efectúe el casamiento entre Lady y Lobo, lo cual es concedido. Este es el escenario que plantea el director colombo-ecuatoriano Alejandro Landes, en su segundo largometraje, que lleva por título precisamente Monos, y cuyo guión co-escribió junto al realizador argentino Alexis Dos Santos.

Lo primero a situar es que la película fue rodada en el Páramo de Chingaza y el cañón del río Samaná en Colombia, y que la primera referencia directa son las FARC, donde muchos niños son tomados de las pobres familias campesinas como donación al mando de la guerrilla que los cobija como gran familia (lo cual está sugerido con las vendas en los ojos del comienzo). No obstante, el director toma la decisión de no dotar a su historia de un espacio y tiempo claramente determinados y de este modo consigue plantear el tema de la violencia como parte de la condición humana. El grupo de jóvenes en sí mismo es el protagonista de la historia y Landes lo utiliza para dar cuenta del funcionamiento humano en una comunidad aislada de la civilización.

Al comienzo todo parece estar bien en el grupo, rodeados de un paisaje majestuoso y armónico, y todos asienten en formar parte del rito de casamiento entre Lady (Karen Quintero) y Lobo (Julian Giraldo), bailando una danza tribal alrededor de la fogata, en la cual no faltará el alcohol. El liderazgo es mantenido por Lobo, a quien el mensajero le asignó la responsabilidad. Y tras la muerte accidental de la vaca por parte de Perro (Paul Cubides), quien disparó el rifle al aire en su borrachera, empiezan las fricciones entre Lobo y Patagrande (Moises Arias); dos machos alfa que comienzan a medir quién la tiene más grande y a disputarse el liderazgo. Hasta aquí se trata de la rivalidad, la agresividad y las tensiones inherentes a cualquier grupo humano.

La muerte de la vaca se cobrará la vida de Lobo, quien se sentía responsable y probablemente temiera represalias de los superiores en el Comando de la Organización. El mensajero designa como nuevo líder a Patagrande y, tras un enfrentamiento de la Organización con el Ejército, se le brinda la indicación de trasladarse con la rehén a la selva. Instalados allí, la fisonomía de los jóvenes cambia. Visten atuendos militarizados, se pintan la cara, se camuflan con el paisaje y se llaman unos a otros con sonidos animales. El Patagrande asumirá un liderazgo tiránico pregonando: “Somos nuestra propia organización y la Doctora nos pertenece”. De esta manera si antes estaban cobijados por la estructura de la cadena de mando de la llamada Organización, este grupo humano librado a las reglas de Patagrande se convierte en un caos. La banda de jóvenes deviene así una manada de monos salvajes, retrocediendo a un estado primitivo de la humanidad, donde se anulan las palabras y los acuerdos, y donde cada quien luchará como pueda, sea con delaciones (como es el caso de Pitufo) o deserciones (como es el caso de la sensible Rambo), por su supervivencia. El marco de la selva acompaña esta degradación humana, trocando su belleza en fuerza hostil con sus insectos, sus lluvias torrenciales, sus aludes y los torrentosos rápidos del río, dejando a esta manada en la cercanía con la muerte y su propia auto-destrucción. Y al mismo tiempo los sonidos tribales armónicos de la primera parte dan lugar a una rítmica más vinculada a la guerra. Tanto El señor de las moscas (Harry Hook, 1990) como Aguirre (Werner Herzog, 1972) y Apocalypse Now(Coppola, 1980), son las claras referencias en que se basa el director.

La cuidada y majestuosa labor de fotografía, el casting de actores así como la destacada producción en cuanto a las locaciones, el sonido y las adrenalínicas escenas de acción hacen de Monos una película sólida. Pero lo más interesante es que con estos elementos, Landes lograr trascender una

lectura puramente anclada en el conflicto armado y proponer un agudo retrato de la condición humana. La humanidad parece hoy transitar una suerte de adolescencia que elige prescindir del límite de la autoridad o de la ley como regulación, sometiéndose al imperativo del mercado que empuja a un goce absoluto e ilimitado y que lleva en sí mismo el germen de su propia destrucción.