Misión secreta

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

El regreso de los villanos favoritos

De aspecto y postura impecables, Richard Gere atraviesa Misión secreta con un andar que, como de costumbre, hace pensar que cada plano es para él algo semejante a una pasarela. Sin embargo, contradiciendo su presencia de top model veterano, el personaje que encarna resulta ser un despiadado ex asesino de la CIA. Eso no es, sin embargo, lo más increíble de esta muestra subestándar de espionaje. Los guionistas Michael Brandt y Derek Haas –que habían escrito los de alguna Rápido y furioso, la remake de El tren de las 3:10 a Yuma y Se busca– intentan sacudir la modorra del lugar común con un par de desaforadas vueltas de tuerca, de esas que despiertan en la platea un incrédulo “Naaahhh”. El problema es que la película, dirigida por Brandt, no usa esas inverosimilitudes como guiños de complicidad, sino en un contexto de seriedad. Lo cual es el camino más directo al ridículo. Un ridículo nada divertido, por cierto.

“Rusia está de vuelta”, avisa de entrada una alta autoridad de la CIA, justificando el regreso al género de sus villanos favoritos. Aquí se trata de un tal Cassius, superasesino de la ex URSS, al que se daba por muerto y enterrado desde aquel entonces. El corte que cruza la garganta de un senador estadounidense, degollado en medio de la noche, lleva su firma: Cassius no sólo está vivo, sino que está entre nosotros (piensan ellos). Es allí que una alta autoridad de la CIA (Martin Sheen) va en busca de Paul Shepherdson (Gere), que, se suponía, había despachado al tal Cassius un par de décadas atrás. Y que deberá volver a la acción, para terminar con él de una vez. Desconfiando tal vez de su infalibilidad, sus superiores le ponen de compañero a un joven colega del FBI (Topher Grace), que sabe todo sobre Cassius y Shepherdson, desde sus gustos culinarios hasta sus preferencias mortuorias.

Buddy movie, oposición entre el hombre de acción y el académico con muchos libros y poca calle, el perro y gato que en la acción al final se hacen amiguísimos, las relaciones especulares entre ambos, el secreto íntimo que uno de ellos esconde y que justifica sus actos: no hay cliché al que el guión de Brandt & Haas no recurre. Eso, antes de echar mano del par de ases en la manga antes mencionados –uno bastante temprano, el otro bien tardío–, que parecen más del Superagente 86 que de Misión: Imposible.