Mis hijos

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Busco mi destino

Una correcta (y algo didáctica) mirada al difícil camino de integración e independencia de un joven palestino en Israel.

Los primeros minutos de Mis hijos, confuso título de estreno local del más reciente film de Eran Riklis, hacen suponer lo peor: una película maniquea y políticamente correcta sobre los abusos, el racismo y la segregación que sufre la población árabe en Israel narrada desde el punto de vista de un niño tímido, marginado e hijo de un activista (Ali Suliman) en el pueblo de Tira.

Sin dejar nunca de lado cierta veta didáctica y culpógena hay que decir que tras ese prólogo la película mejora bastante. Ya ambientada a mediados de los años ’70 y principios de los ’80, se concentra en las desventuras de Eyad (Tawfeek Barhom), convertido en un pintón y brillante joven que estudia con una beca en una de las escuelas más prestigiosas de Jerusalén. Pero, cuando todo parece encaminado para un futuro sin complicaciones, se enamora de una compañera judía Naomi (Danielle Kitzis), con quien intentará sostener una relación secreta y prohibida. Eyad se ocupa también de su amigo Yonatan (Michael Moshonov), que sufre de una progresiva distrofia muscular, y allí aparece la zona más perturbadora del film, con una usurpación de identidad que es mejor no adelantar.

Basada en la novela autobiográfica de Sayed Kashua (también autor del guión), la película tiene algunas valiosas y provocativas observaciones sobre las miserias de la sociedad israelí y sobre las diferencias generacionales entre padres árabes marcados por el odio y el resentimiento y sus hijos que intentan independizarse e integrarse como pueden, aceptando incluso discriminaciones (las penurias laborales de Eyad en un restaurante son prueba de ello). En definitiva, un film correcto, valioso y bienintencionado, aunque con la sensación de que con un poco más de desparpajo y riesgo podría haber sido bastante mejor.